Callar es abajarse - Alfa y Omega

Callar es abajarse

Lunes de la 4ª semana de Adviento / Lucas 1, 5-25

Carlos Pérez Laporta
El ángel se aparece a Zacarías. William Blake. Metropolitan Museum of Art, Nueva York, Estados Unidos.

Evangelio: Lucas 1, 5-25

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.

Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.

Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.

Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.

Pero el ángel le dijo:

«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacía los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías replicó al ángel:

«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».

Respondiendo el ángel le dijo:

«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».

El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.

Al cumplirse los días de su servicio en el templo volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo:

«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor cuando se ha fijado en mi para quitar mi oprobio ante la gente».

Comentario

Cuando Zacarías sencillamente se atrevió a preguntar cómo tendría el hijo anunciado, siendo él y su mujer ancianos y estériles, fue considerado por el ángel incrédulo y le fue retirado por ello la capacidad de hablar. De considerarlo un castigo parecería demasiado severo: ¿no había preguntado María lo mismo en su caso? Si estamos ante la misma situación de duda y el mismo ángel Gabriel, el mismo mensajero de Dios, ¿por qué a uno le retira la palabra y a la otra se la mantiene?

Ante las dudas, uno primero debe callar. Ambos necesitaban callar, pero María lo hace de manera natural en su camino por las montañas, mientras que Zacarías necesita la ayuda del ángel. Callar etimológicamente significa abajarse: solo secundariamente significa guardar silencio; es decir, uno calla porque reconoce ante sí a Alguien ante el que callarse.

De hecho, tantas veces nos damos al parloteo, hablamos de más, sin llegar a decir nada, sin saber nada, como la gente de Judea «que hablaba por toda la montaña» curioseando sobre este niño. Y en lugar de eso, deberíamos la mayoría de las veces guardar silencio; nuestra palabra debería ser siempre respuesta, respuesta salida del silencio, del acallamiento ante Dios.

Como Zacarías, que puede hablar solo como respuesta de fe: lleva nueve meses en silencio, ante el misterio de Dios que Gabriel le había revelado, y es entonces que puede salir de su boca la palabra verdadera: el testimonio de fe. Que los ángeles nos ayuden a guardar silencio estos días para que podamos dar testimonio del que tiene que venir a la vida de nuestros hermanos.

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