Brasil está a las puertas del inicio de su segundo Mundial de fútbol y parece dormitar, pero con los ojos abiertos. Según el diario Avvenire, «están escondidos, listos para saltar a pie de guerra». Y es que en Sao Paulo amenazan el día de la inauguración con grandes manifestaciones en contra del evento deportivo.
«El brasileño intenta soñar en grande y luchar, pero luego se rinde a su fragilidad de ex último de la tierra y se encuentra casi siempre aplastado por la escasa actitud de creer en sí mismo; es decir, incapaz de hacer equipo», señala Marius, dueño de uno de los restaurantes más concurridos de la Avenida Atlántica, a un redactor del periódico italiano.
«El fútbol brasileño, dentro y fuera del campo, dice mucho de quiénes somos, nuestros valores, las dinámicas sociales y las relaciones de poder. Es una lección práctica de qué es Brasil», señala el empresario. Pero esta lección ha supuesto un coste infernal para el país, algo insostenible para un pueblo que vio salir, bajo la presidencia de Lula, a 20 millones de personas salir de la pobreza. «Son ellos, los salvados, los que temen que este mes de embriaguez de Mundial se pague muy caro», afirma Avvenire.
Los números están en el aire: 13 mil millones y medio de dólares -que según los economistas serán 16, por lo tanto, más de los 5 mil millones presupuestados- invertidos para organizar el Mundial, y los más de 200 millones gastados para cada uno de los 8 nuevos estadios. Entregados, por cierto, con retraso.
Manos Unidas denuncia la pobreza en Brasil
Aunque Brasil se ha convertido en la séptima potencia económica del mundo, el 18,6 % de la población -alrededor de 40 millones de brasileños- siguen viviendo en la pobreza en el país más poblado de Sudamérica. Manos Unidas reconoce, en un comunicado, «los avances con conquistas de políticas y programas públicos en la vida de millares de personas que se encontraban en la pobreza extrema», pero afirman que no están «satisfechos con la realidad existente en el país, y comprendemos las manifestaciones populares pacíficas que reivindican, justificadamente, el respeto a los derechos de los más vulnerables y políticas públicas efectivas que eliminen la miseria y garanticen vida con dignidad para todos».
Y es que, a pesar de sus innumerables riquezas naturales y culturales y de su gran potencial económico, Brasil continua siendo uno de los países más desiguales del mundo. Por eso, la ONG reclama varios aspectos esenciales para mejorar la dignidad de millones de personas en el país.
Uno es «hacer una apuesta decidida por parte del Estado por la agricultura familiar y agroecológica, especialmente en la región semiárida». Otros aspectos que indica Manos Unidas son «reconocer y respetar los derechos de los pueblos indígenas y comunidades tradicionales»; «defender a la Amazonía de los grandes proyectos extractivos, guiados únicamente por el interés económico que destruye la naturaleza y la vida»; «superar los programas asistencialistas impulsados por el Gobierno brasileño y acometer cambios estructurales que garanticen un futuro de desarrollo autónomo para los más pobres del país» y «lograr el compromiso del Gobierno y de toda la sociedad del país en la defensa de los derechos humanos luchando contra el trabajo esclavo, el tráfico de personas, las expulsiones forzadas y contra altos índices de violencia del país, cuyas principales víctimas son los jóvenes, los más pobres y las minorías étnicas, denunciando especialmente el actual exterminio indígena Kaiowa-Guarani en el Estado de Mato Grosso do Sul».