Bergoglio fue adorador de joven
Francisco envía una carta a Alfa y Omega tras recibir una foto de un registro de los años 50 con su nombre y un número. Es la constatación de que Jorge Mario Bergoglio fue el 9.195 adorador nocturno de la basílica del Santísimo Sacramento, donde iba con su hermano Óscar
«Venite adoremus». Esta es la frase que, 65 años después, recuerda con «emoción» el Papa Francisco; se la decía un compañero de la antigua cofradía de los adoradores nocturnos. Desde su casa en el barrio de Flores, en la periferia de Buenos Aires, el joven Jorge Mario se iba en autobús hasta el centro porteño para llegar a la basílica del Santísimo Sacramento. El segundo de sus hermanos, Óscar, y un vecino del barrio, fueron con él durante los años 1954 y 1955. En aquella basílica, los jóvenes Bergoglio pasaban la noche del sábado rezando, concretamente en el santuario situado al lado derecho de los confesionarios. Aunque también descansaban algunas horas. Eso lo hacían en el primer piso del templo, en un gran cuarto –que aún sigue vigente– con unos compartimentos con camas. Fue allí donde el actual Pontífice escuchó la frase que le despertaba y nunca olvidó: «Venite adoremus».
«Me emocionó la fotocopia del libro sobre la adoración nocturna», asegura Francisco en una carta manuscrita enviada a este periodista. Es la primera vez que habla de este detalle de su vida, y lo hace conmovido tras recibir una foto sobre el registro, con su nombre manuscrito junto al de su hermano, que aún se conserva en la basílica que no dejó de visitar durante su tiempo en Buenos Aires. Es más, explica en la carta que, siendo ya obispo, se encontró allí con su vecino Gonzalo Bargiela, ya fallecido, al igual que su hermano Óscar. El cuaderno de los adoradores nocturnos donde figuran los Bergoglio en la página 84 –Jorge Mario con el número 9.195–, empieza con registros del año 1941 y finaliza en 1998. Pero no es el único registro que se conserva, ya que las adoraciones nocturnas en la basílica bonaerense nacieron en 1917.
«Se comenzaba la adoración alrededor de las nueve de la noche, después de la predicación del padre Aristi», explica el Santo Padre en su misiva. El principal impulsor de la cofradía que integró el joven Jorge Mario con 18 años fue el sacerdote español José Ramón Aristi. En aquel momento Bergoglio ya había vivido la llamada de Dios o, como él la define, «la experiencia de san José de Flores», la iglesia que lo vio crecer. Pero fue este padre Aristi quien marcó la vida del Papa, tanto que fue su confesor y es su principal ejemplo de misericordia. Así lo explicó Francisco en el 2014, durante una reunión con sacerdotes en Roma. «Aristi era un confesor famoso en Buenos Aires. Casi todo el clero se confesaba con él. Fue provincial de su orden [sacramentinos], profesor… pero siempre confesor, y siempre había cola en la iglesia del Santísimo Sacramento».
El rosario de Aristi
Tanto impactó en Francisco el vasco Aristi, impulsor de la adoración nocturna, que lleva desde hace 25 años su rosario. Ocurrió que en la Vigilia Pascual de 1996 falleció el confesor y Bergoglio, en ese momento obispo auxiliar, se acercó a la cripta, en el subsuelo de la basílica del Santísimo Sacramento, donde estaban velando el cuerpo. Mientras colocaba unas flores tomó «la cruz del rosario y la arranqué con un poco de fuerza. En ese momento miré al sacerdote y le dije: “Dame la mitad de tu misericordia”», explicó el Papa a los curas. «¡Sentí algo fuerte que me dio el valor para hacerlo», continuó el Papa, «Y luego esa cruz me la metí aquí, en el bolsillo. Las camisas del Papa no tienen bolsillos, pero yo siempre llevo una bolsita de tela pequeña, y desde entonces hasta ahora, y mi mano se dirige aquí siempre. ¡Siento la gracia! Hace mucho bien el ejemplo de un sacerdote misericordioso, de un sacerdote que se acerca a las heridas…».
«Al día siguiente de aquel episodio Bergoglio llamó por teléfono para explicar que se había quedado el rosario», señala a Alfa y Omega Diego Vidal, el laico que coordina hace años a los adoradores nocturnos de la basílica y trabaja como distribuidor del suplemento Cristo Hoy y varias editoriales católicas. Fue el sacerdote sacramentino Andrés Taborda el único testigo cuando Bergoglio agarró por sorpresa el rosario del padre José Ramón Aristi. «Recuerdo que dijo: “Fue mi confesor. Con este rosario en la mano absolvió a muchísimos pecadores; no es posible que se lo lleve bajo tierra”».
Vidal, el más activo de los laicos adoradores en la basílica del Santísimo Sacramento, asegura que «el padre Aristi era un santo», y recuerda una anécdota que refleja el vínculo de Bergoglio y su confesor. «En un congreso eucarístico, en una provincia lejos de Buenos Aires, pasó el entonces arzobispo caminando delante de mí y le pregunté si conocía al padre Aristi. Se frenó inmediatamente y me respondió: “¿Qué si le conozco?”. Y sacó de dentro de su ropa el rosario del sacerdote».
Otro adorador nocturno, Eduardo Fernández Rojo, llevaba a las personas sin hogar a la adoración nocturna. «Venían ataviados con las bolsas en las que metían sus escasas pertenencias», recuerda Fernández Rojo. «Además de rezar ante el Santísimo, podían usar el baño y descansar un poco», recuerda. El adorador, en conversación con este semanario, alude a un recuerdo imborrable: «El padre Leopoldo Jiménez Montenegro [que falleció por COVID-19 hace unas semanas] un día me dijo que Bergoglio era un santo». Este sacerdote fallecido contaba cómo el Papa, recién ordenado como obispo y siendo alguien aún desconocido en la diócesis, «destacaba en los corrillos por su austeridad». Se decía «que ayudaba mucho a los curas jóvenes, que se levantaba a las cuatro de la mañana para rezar, y que había sido desde joven adorador nocturno, como nosotros».