Benedicto XVI, en Portugal: La Historia, con los ojos de Fátima - Alfa y Omega

Benedicto XVI, en Portugal: La Historia, con los ojos de Fátima

La Visita que Benedicto XVI realizó, entre el 11 y el 14 de mayo, a Portugal se ha convertido en uno de esos acontecimientos eclesiales que se citarán en el futuro como hito de este pontificado. Semanas antes, publicaciones como el New York Times, en Estados Unidos, o Der Spiegel, en Alemania, habían enrarecido el ambiente, a cuenta de algunos escándalos de pederastia

Jesús Colina. Roma
La explanada del santuario de Fátima, en la mañana del pasado 13 de mayo.

Al regreso de Benedicto XVI de Portugal, los mismos medios que habían sembrado la polémica en las semanas anteriores cambiaban de discurso, y presentaban al Papa como al hombre que ha tenido la valentía de afrontar una renovación y conversión necesaria, no sólo en la Iglesia, sino en toda la sociedad. La percepción por parte de los medios de comunicación ha sufrido un giro tan radical, que ahora personajes políticos como Evo Morales o José Luis Rodríguez Zapatero anuncian, a bombo y platillo, visitas al obispo de Roma.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué acusadores de este Pontífice, como el diario El País, han publicado análisis en los que presentan al Santo Padre como un ejemplo de determinación e integridad? En las semanas anteriores, los medios de comunicación publicaron noticias y comunicados de la Santa Sede en los que se muestra la determinación de Benedicto XVI para que la Iglesia sea coherente con el Evangelio que anuncia. Pero su primera Visita apostólica a Portugal, la decimoquinta de carácter internacional en este pontificado, ha servido para que los informadores comprendan lo que este Papa dice, piensa y hace.

La conversión de la Historia

En realidad, este Viaje -y, en particular, su peregrinación a Fátima- ha permitido comprender la visión que tiene el Papa de la Historia, y que en Fátima encontró un elemento decisivo de interpretación. El momento culminante fue la celebración eucarística que presidió en la mañana del 13 de mayo, en la explanada del santuario, ante medio millón de personas, un número desbordante para una pequeña localidad, mayor incluso al de diez años antes, cuando Juan Pablo II beatificó a los pastorcillos Jacinta y Francisco.

En la celebración eucarística, Benedicto XVI pronunció una homilía sobre la que llevaba reflexionando muchos años, desde sus tiempos de cardenal, en los que el Papa Karol Wojtyla le encargó, en el año 2000, la revelación del tercer secreto revelado por la Virgen a los tres pastorcillos. «Se engañaría quien pensase que la misión profética de Fátima ha concluido», afirmó el Santo Padre, sorprendiendo a muchos peregrinos portugueses, quienes habían visto en el atentado contra Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro -sucedido otro 13 de mayo, el de 1981- el cumplimiento definitivo del mensaje de María.

El padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Información de la Santa Sede, explica que, con estas palabras, el Papa ha buscado dar a comprender que la profecía de Fátima «significa haber aprendido a leer los acontecimientos de nuestra Historia, el camino de la Iglesia con sus dificultades y sus esperanzas a la luz de la fe, es decir, bajo la mirada de Dios, que sigue a la Iglesia y a la Humanidad en camino, que actúa con su gracia para acompañar a quienes se dirigen a Él, y nos invita a comprometernos en la Historia, comenzando con nuestra conversión para actuar según los criterios del Evangelio. La profecía, entendida como lectura de la realidad y de la historia humana, característica de Fátima, nos ha enseñado a mirar no sólo nuestra vida personal, sino también la vida de la Iglesia y de la Humanidad, bajo la luz de Dios, de su amor, y con el compromiso de convertirnos, de hacernos testigos cada vez más fieles del amor de Dios en el mundo en el que vivimos y en nuestra Historia». Y continúa: «Es un mensaje profético que sigue siendo de gran actualidad, y lo será en el futuro».

En su homilía, el Papa expuso así este mensaje que resonó en la Cova de Iria en 1917: «Aquí resurge aquel plan de Dios que interpela a la Humanidad desde sus inicios: ¿Dónde está Abel, tu hermano? La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra. El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte y de terror, que no logra interrumpir… Con la familia humana dispuesta a sacrificar sus lazos más sagrados en el altar de los mezquinos egoísmos de nación, raza, ideología, grupo, individuo, nuestra Madre bendita ha venido desde el cielo ofreciendo la posibilidad de sembrar en el corazón de todos los que se acogen a ella el amor de Dios que arde en el suyo».

Ésta es la conversión que pedía la Señora vestida de blanco a los pastorcillos, y que ha hecho de este lugar uno de los más concurridos entre los santos lugares del planeta: cuando parece que la violencia tiene la última palabra, la misericordia de Dios entra en juego, abriéndose espacio, gracias a la conversión de los corazones. Por eso, el momento más esperado de esta peregrinación para este Papa no eran esos encuentros multitudinarios, en los que el pueblo portugués manifestó un amor desbordante (el 10 % de la población salió a las calles para verle de cerca). Para el Papa, el momento acariciado fue la oración en la Capilla de las Apariciones, adonde se dirigió nada más llegar a Fátima, en la tarde del 12 de mayo.

Un Papa portugués

Fueron mucho más importantes los silencios que las palabras. Benedicto XVI, ante la imagen de la Virgen, se detuvo en unos intensísimos momentos de oración, totalmente abstraído, mientras, afuera, 300 mil personas se unían a su oración. Fueron momentos de cruces de miradas, interrumpidos con una sonrisa en los labios, cuando el Papa se acercó para regalar a María la Rosa de Oro que le había traído de Roma. El pueblo portugués, que le seguía por televisión, no vio al agudo teólogo o al pastor de la Iglesia universal: vio a un hijo de María. Impactó ver las lágrimas de un albañil portugués de unos 60 años contemplando esa imagen. A partir de ese momento, para él y muchos otros, el Papa alemán se había convertido en un Papa portugués. Y en todo ello no había nada de ficticio ni de teatro. Era sólo cuestión de miradas…

Reconocimiento a los sacerdotes

El Papa, que en el vuelo de Roma a Lisboa había mostrado cómo la gran persecución que vive la Iglesia en estos momentos viene de dentro, del pecado de sus hijos, quiso que esta peregrinación sirviera no sólo para purificar a los sacerdotes en este camino de conversión eclesial, sino también, en plena tempestad, rendir el homenaje de toda la Iglesia a todos los presbíteros que entregan su vida a Dios y a los hermanos. Por este motivo quiso presidir en Fátima un acto de consagración de los sacerdotes al Corazón Inmaculado de María, en el que trasladó todo el cariño de la Iglesia por sus sacerdotes: «A todos vosotros, que habéis entregado vuestras vidas a Cristo, deseo expresaros esta tarde el aprecio y el reconocimiento de la Iglesia. Gracias por vuestro testimonio a menudo silencioso y para nada fácil; gracias por vuestra fidelidad al Evangelio y a la Iglesia», afirmó.

Celebración de la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa, el martes 11 de mayo.

El acto de consagración culminó las Vísperas con sacerdotes, religiosas, religiosos, seminaristas y diáconos, que llenaban la moderna iglesia de la Santísima Trinidad. Fue un momento al que el Papa quiso dar un ambiente de intimidad: «Permitidme que os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación de cada cristiano, especialmente de la persona consagrada y del ministro del altar, debe ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor». Pero el protagonista del encuentro no fue el Papa, sino Cristo, presente en la Eucaristía, que fue adorado por los presentes.

«Somos libres para ser santos -afirmó el Papa-; libres para ser pobres, castos y obedientes; libres para todos, porque estamos desprendidos de todo; libres de nosotros mismos para que en cada uno crezca Cristo». De este modo, los sacerdotes pueden ser presencia de Cristo, «prestan su voz y sus gestos; libres para llevar a la sociedad moderna a Jesús muerto y resucitado, que permanece con nosotros hasta el final de los siglos y se da a todos en la Santísima Eucaristía».

Nueva evangelización

La conversión y la purificación que el Papa ha promovido en Portugal debe ser seguida ahora por la nueva evangelización de ese país y de Europa. Por eso, al despedirse de ese país, en Oporto, confesó su esperanza en que su primera Visita al país sirva para imprimir un nuevo entusiasmo al testimonio del Evangelio para renovar la sociedad. «Que mi visita sea un incentivo para un renovado ardor espiritual y apostólico -dijo Benedicto XVI-. Que el Evangelio sea acogido en su integridad y testimoniado con pasión por cada discípulo de Cristo, para que sea fermento de auténtica renovación de toda la sociedad».

Los periodistas, que antes de la Visita del Papa preveían el riesgo de un fracaso, contaron al final un millón de peregrinos abrazados en torno al Papa en todas las actividades que presidió en Lisboa, Fátima y Oporto. Estos números hablan ya de esa nueva evangelización que el Papa ha relanzado desde Fátima.