Beethoven, compositor religioso
En Cristo en el monte de los Olivos encontramos a un Beethoven plenamente católico en una obra compuesta tres años antes de su muerte, que bien podría interpretarse como la culminación de un largo viaje espiritual
El 16 de diciembre de 1770 es la fecha del nacimiento de Ludwig van Beethoven, uno de los grandes compositores de la historia que marcó el paso del clasicismo al romanticismo. Vivió en una época de acelerados cambios políticos y sociales, que dejó atrás el Antiguo Régimen. Fue un tiempo en el que todo se resintió, incluidas las creencias religiosas. Se ha dicho que Beethoven, bautizado en la religión católica y asistido por sus sacramentos en el lecho de muerte, no fue en realidad un cristiano, sino que se sintió muy atraído por las religiones orientales y por un vago deísmo o panteísmo, al igual que los intelectuales alemanes prerrománticos del Sturm und Drang.
Uno de esos intelectuales, Goethe, nunca perdió el entusiasmo por Napoleón, pero no así Beethoven, que le retiró la dedicatoria de su sinfonía Heroica. La vida del compositor alemán es una cadena de decepciones, en las que ocupó un lugar destacado su creciente sordera que contribuyó a su aislamiento. Se decepcionó de la política y se sintió incomprendido por sus innovaciones musicales. Pero fue el autor de una música enérgica y poderosa, expresión de una individualidad que no quería doblegarse a las exigencias de los mecenas que hacían del músico un simple asistente. Como tantos otros, Beethoven recibía encargos, pero no le importaba incurrir en la desaprobación de sus protectores por seguir una estética propia, tal y como le sucedió con la Misa en re, encargada por el príncipe Nicolás Esterhazy en 1807.
La producción religiosa de Beethoven es reducida y no siempre cumplió las expectativas del propio compositor. Una de sus obras más destacadas es el oratorio Cristo en el monte de los Olivos (1802), con libreto del poeta Franz Xavier Huber, y fue compuesta en un par de semanas. Es un oratorio dramático, que bien podría ser una ópera, aunque por su temática nunca se hubiera representado en un teatro. Refleja muy bien los sentimientos y sufrimientos de Cristo en las horas previas a su Pasión. Como sucede en tantas obras líricas, el libreto no está al nivel de la partitura. Beethoven era admirador del poema épico La Mesíada de Friedrich Kloptstock, centrado en la Pasión y la Resurrección, y con algunos cantos dedicados a lo sucedido en Getsemaní. Habría necesitado la fuerza expresiva de este poema alemán, que sale al paso de la fascinación por el diablo de El paraíso perdido de Milton, para armonizar una música que comienza de modo dramático y culmina en un Aleluya en el que un Cristo triunfante y glorioso se entrega a la voluntad del Padre. O a lo mejor Beethoven habría requerido un texto de Schiller, autor de la Oda a la alegría, que hubiera resaltado la libertad del Redentor para asumir su misión.
Pero la gran obra religiosa de Beethoven es la Missa solemnis (1824), cuyo destinatario era su amigo, el archiduque y arzobispo Leopoldo de Austria. Es una gran Misa católica, que debería interpretarse en las iglesias tanto o más que en las salas de concierto. Se asemeja a una sinfonía coral, pero es a la vez una gran expresión de fe que difícilmente podría haber sido compuesta por un deísta. El Kyrie y el Agnus Dei de esta Misa son oraciones suplicantes, que solo se entienden desde la humildad, no exenta de la seguridad de la fe, con la que el cristiano se dirige a su Creador y Redentor, lo que explicaría su majestuosa conclusión. El Sanctus se expresa en tonos suaves y melodiosos, a modo de expresión del descenso del Espíritu Santo sobre la tierra, aunque en momentos contados la alegría se desborda. En cambio, el Gloria es esencialmente dinámico, un cántico de alabanza apoyado por la orquesta. Ese mismo dinamismo es propio del Credo, cuyas notas adquieren un especial énfasis en las referencias a la salvación y la encarnación. El Credo podría asemejarse en ocasiones a una sinfonía triunfal que concluye con una apacible expresión del amén.
Pese a que en Cristo en el monte de los Olivos hay quien pretende identificar a Jesús con un héroe prometeico enfrentado a Dios, en la Misa encontraremos a un Beethoven plenamente católico, en una obra compuesta tres años antes de su muerte, y que bien podría interpretarse como la culminación de un largo viaje espiritual.
- 1770: Nace en Bonn (Alemania)
- 1778: Realiza en Colonia su primera actuación en público
- 1782: Publica su primera composición, Nueve variaciones sobre una marcha de Ernst Christoph Dressler
- 1798: Aparecen los primeros síntomas de la sordera
- 1802: Compone Cristo en el monte de los Olivos
- 1824: Compone la Missa solemnis
- 1827: Fallece en Viena