Aventura en el Jurásico: Cuando despertamos, el dinosaurio todavía seguía allí - Alfa y Omega

Como si se tratara del famoso microrrelato de Augusto Monterroso, cuando despertamos, el dinosaurio todavía seguía allí. Y no tanto porque nos hubiéramos dormido durante la función (cosa que podría haber sucedido perfectamente dado que era la sesión de las cuatro de la tarde), sino porque literalmente estaba allí: la recreación del enorme velociraptor espera al público a la puerta de Aventura en el Jurásico para posar junto al que quiera hacerse una foto con él.

Antes de eso, una hora de mucho merchandising y poco teatro. Lo que se presenta como un nuevo concepto de espectáculo cultural familiar, con pretensiones prehistóricas, es en realidad un sucedáneo de parque temático que, al rebufo de las ideas de Michael Crichton y Steven Spielberg, nos invita a visitar Dinópolis, en Teruel. Y para ese viaje, no hacían falta ni estas alforjas, ni estas huellas, ni estos huevos de dinosaurios. Teruel existe y Dinópolis bien vale un viaje (o alguno más).

Otra cosa es la aventura jurásica que se han montado en el Teatro Calderón. En un principio el despliegue atrapa, porque enseguida te sobrevuelan libélulas, sientes la humedad del recinto y te preguntas que a qué huele. Luego, además, salen las estrellas, Dana y Raptor, dos recreaciones espectaculares, que asustan a los muy pequeños y obnubilan a todos los demás. En total son tres «verdaderos» dinosaurios, dotados con una tecnología hidráulica, acústica y eléctrica, que permite que se muevan como Dino por su casa. Permiten hacer fotos (es todo un detalle) y como no hay historia, ni evocación de la Historia —con mayúscula—, pasamos el rato fotografiando todo lo que se mueve.

Se ha echado el resto en la tecnología, los sistemas acústicos y de clima simulado, y los ambientes olfativos artificiales e iluminación de última generación son llamativos. Una puesta en escena espectacular sin guión inteligente que echarse a las mandíbulas. Lo que le pasa al Doctor Gran, el director y creador del parque en el que nos sumergimos, y lo que le sucede también a sus muchachos es lo de menos. Los actores hacen lo que pueden, en medio de ciclones y otras amenazas poco creíbles. Lo salvan, a ratos, una divertida Laura Fernández, en el papel de Ivanova, que es la que nos recibe, tal cual, en la puerta del teatro, y Javier Navares que capitanea a un elenco joven, demasiado irregular. Para colmo de males, en un espectáculo que presume de sonido, ese día los micrófonos inalámbricos nos torpedearon durante toda la función.

Les juro que iba a suspender a los jurásicos, pero tengo tres motivos del tamaño de un Supersaurus para no hacerlo: Dinópolis bien vale un viaje y no tiene la culpa, al menos no toda, del fallido experimento; hay un instante de delicadeza y ternura, tan conseguido, que te despierta de la cabezada y te hace olvidar el ruido. Solo por los huevos y el bebé Gordi merece la pena plantearse la aventura; y, por último, y más importante, porque mi hijo de ocho años salió del teatro haciendo el dinosaurio y repitiéndome: «No seas muy duro, papá, que, aunque a ratos te aburras, se lo han currado». Debería haber escrito sólo eso. Ese es quizá el resumen más acertado. Ya se sabe que los críticos, como los dinosaurios, somos una especie aparte que tal vez algún día también terminemos por extinguirnos.

Aventura en el Jurásico

★★★☆☆

Dirección:

Calle Atocha, 18

Metro:

Sol, Tirso de Molina y Antón Martín

OBRA FINALIZADA

Cartel de 'Aventuras en el Jurásico'