Autorretrato con radiador
No me cabe ninguna duda de que me encuentro ante una de las más gratas sorpresas en mis lecturas de los últimos años. Llevo más que mediado un libro cuyo título no garantiza una sola pista de su contenido, Autorretrato con radiador (Árdora Ediciones). Me ha pasado con él lo mismo que a muchos escritores que se han topado con este regalo: ha sido un encuentro inopinado. El escritor José Ramón Ayllón ha dejado constancia de que lo descubrió por azar, y «el Nobel no sería premio suficiente para un tipo capaz de escribir Autorretrato con radiador». Lo mismo le pasó a otro escritor, Andrés Newman, que se lo encontró abandonado en el anaquel de una librería. Distraídamente, empezó a meter la nariz en el texto y quedó igualmente fascinado.
Su autor ha sido para mí, hasta hace una semana, un perfecto desconocido, Christian Bobin. El francés dice cosas así: «Para que una cosa sea verdadera es preciso, además de ser verdadera, que entre en nuestra vida, porque la verdad no es algo que uno pueda tener, sólo vivir». Hay tanta pasión en Bobin por la vida, que un revés inesperado nunca niega una mirada profundamente alegre. Todos sus libros son una mixtura de sucesos y reflexiones, ficción y tralla filosófica. De repente, cuenta secretos de Dios, como la vocación de san Francisco de Asís, y lo dice como una novedad absoluta. Ese Dios «que susurra al oído del durmiente, que habla como sólo él puede hablar: en voz muy baja. Un jirón de sueño. El piar de un gorrión. Y eso basta para que Francisco renuncie a sus conquistas y regrese a su país. Unas palabras llenas de sombra pueden cambiar la vida».
Autorretrato con radiador es el diario de un hombre que acaba de perder a su mujer. Su única compañía son dos hijas y las flores que diariamente renueva en el jarrón de la cocina de casa. Es un dietario nada voluble. En él hay un amarre de dicha, el anclaje a una realidad aún por descubrir: «La dicha está en nosotros mucho más profunda que el pensamiento». La reacción que Bobin provoca en el lector es que, mientras vive, puede que se esté perdiendo vivir. Quiero decir, que el autor de estos textos despierta una densidad de revelación en lo absolutamente insignificante. Y pone ejemplos, como el de la personalidad de santa Teresa, que «penetra en la luz, merodea, busca, descubre el amor escondido bajo un silencio, lo atrae hacia ella y juega con él sin fin. Un mundo en el que reina una alegría en bruto, inagotable». Pero recuérdese: el contexto es la pérdida de un ser querido. Asombroso.