#Auschwitz70 - Alfa y Omega

#Auschwitz70

Javier Alonso Sandoica

Esta semana hacemos triste memoria del Holocausto. 70 años es aún tan poco tiempo, que un mero recuerdo produce vértigo, estamos hablando casi de anteayer.

Walter Benjamin decía que es usual, entre los pueblos civilizados, matar constantemente a sus muertos; tenemos una memoria tan frágil, que enseguida los olvidamos. De ahí la urgencia en volver a los campos de exterminio y hacerlo de rodillas, como san Juan Pablo II, cuando en 1979 rezó ante el Muro de la muerte de Auschwitz.

Quizá una forma diferente de acercarse sea una profanación inconsciente. Félix de Azúa, en un artículo recogido en La invención de Caín (ed. Alfaguara), criticaba duramente a los colegios alemanes que obligaban a sus alumnos a visitar Dachau una vez al año. Los chavales iban con sus amigos de aula como a un parque temático, y no podían evitar ciscarse de risa con bromitas de adolescente en uno de los más dramáticos templos del dolor.

El escritor Jean Améry fue superviviente de Auschwitz y se suicidó en Salzburgo. Dejó escritos muchos libros, inmensas heridas abiertas del horror. En Más allá de la culpa y la expiación (ed. Pre-Textos), hay un fragmento en el que el autor es consciente de que la cultura fue incapaz de dignificar al ser humano en los campos de exterminio. Los intelectuales se sintieron incapacitados. ¿Qué podían hacer?; ¿debatir por qué Rimbaud dejó de escribir de repente?; ¿declamar versos de Virgilio a un moribundo? Allí los capos de las SS no pedían más que cerrajeros, cortadores de zanahorias, gente hábil con las manos para arar las tierras baldías.

«En Auschwitz, el espíritu era incapaz de integrarse en alguna estructura social», escribe. Me gusta la sinceridad del ateo Améry. Sin embargo, apuntó que «la fe de los camaradas creyentes le proporcionaba un punto de apoyo firme en el mundo, desde el cual podían sacar de quicio espiritualmente al Estado de las SS. Todavía recuerdo a un joven sacerdote polaco diciendo: La bondad de Dios es inconmensurable, y por ello acabará triunfando. Lo que a la sazón creí comprender, todavía hoy me parece una certeza: la persona creyente, en un sentido amplio, es capaz de superarse a sí misma».