Así se cuela el transhumanismo en nuestra vida
Ya existen ensayos clínicos en marcha para editar genéticamente a seres humanos o revertir los mecanismos del envejecimiento. En Estados Unidos, existen empresas que ofrecen a los padres seleccionar a los embriones con rasgos que apuntan a una mayor inteligencia. Y, en Suecia, se han empezado a sustituir los tradicionales carnés de identidad por chips implantados en el cuerpo. Son solo algunos de los campos en los que la ciencia y la técnica avanza en la misma línea que propone el transhumanismo
¿Quién quiere vivir para siempre?
Prolongar la esperanza de vida es uno de los campos vinculados al transhumanismo en los que más se trabaja. Atrae importantes inversiones (Google, por ejemplo, ha creado ad hoc la empresa Calico Labs) y hay quienes postulan que a partir de 2029 la esperanza de vida aumentará un año por cada año que pase. Ya se están realizando ensayos clínicos en humanos para revertir mecanismos implicados en el envejecimiento, de momento para curar enfermedades concretas. También se estudian los efectos antiedad de medicamentos ya en uso, como la metformina. Otras líneas de investigación se centran en alargar la vida de los ratones. La española María Blasco logró prolongarla en un 40 %, y basándose en su trabajo escribió el libro Morir joven, a los 140. Sin embargo, la gerontóloga Jane Driver, de la Universidad de Harvard, se muestra escéptica sobre el alcance real de estas investigaciones. «Que se pueda hacer en ratones, que tienen una vida corta, no significa que se pueda extrapolar a humanos». Y recuerda que, mientras tanto, en el mundo desarrollado son cada vez más frecuentes problemas como la soledad y el suicidio.
La edición genética de seres humanos es ya una realidad. A finales de 2018, Estados Unidos dio la luz verde al primer ensayo clínico para aplicar la técnica CRISPR / Cas 9 (una tijera molecular que reconoce y edita puntos concretos del ADN) directamente sobre el cuerpo humano, para curar la ceguera. Los estrictos límites que se intentan imponer a esta técnica (que sea solo terapéutica y no de mejora, y que no afecte a la línea germinal para transmitirse a la descendencia) están en entredicho. En China, el científico He Jiankui afirma haber creado por esta técnica dos bebés inmunes al VIH, algo que ya sobrepasa lo curativo. Y algunas voces, como el influyente Consejo de Bioética de Nuffield británico, empiezan a reclamar que se levanten las restricciones sobre la modificación de la línea germinal.
El británico Neil Harbisson, a quien una antena implantada en la cabeza le permite escuchar los colores y recibir llamadas telefónicas, se presenta a sí mismo como el primer ciborg. No es una definición exacta (el concepto se refiere a la fusión de un organismo humano con una inteligencia ampliada artificialmente), pero Harbisson es el máximo exponente de un movimiento que busca generalizar la implantación de dispositivos electrónicos en el cuerpo. La corriente va desde grupos de biohackers que intentan diseñar implantes que enciendan luces LED bajo su piel si van a sufrir un infarto, a los chips que ya se han implantado 3.500 suecos como método de identificación. El interés de algunas empresas por aplicar esta tecnología a sus empleados ha hecho que el principal sindicato del Reino Unido alce la voz de alarma.
«En Estados Unidos, ya hay empresas que ofrecen tests para seleccionar a los embriones [creados in vitro] que se predice que serán más inteligentes», explicó durante el congreso de Comillas Julian Savulescu. Sin ir tan lejos –añade el transhumanista Anders Sandberg a Alfa y Omega–, puede haber formas de mejorar el funcionamiento intelectual más sencillas y que ya empiezan a estar en uso, como la electroestimulación o algunos fármacos.
Savulescu defiende también las intervenciones destinadas a mejorar la conducta. Lograrlo genéticamente queda muy lejos, pero propone empezar a plantearse el uso de sustancias como la hormona oxitocina o de medicamentos para fortalecer relaciones afectivas, favorecer la confianza, reducir la agresividad, controlar más los impulsos, eliminar sentimientos negativos… Para él, estas actuaciones no eliminan la libertad, sino que influyen en ella como muchos otros condicionantes, también biológicos. En un mundo donde la tecnología es cada vez más peligrosa –afirma–, el progreso científico exige una mejora moral que la educación por sí sola no logra alcanzar.