«Así me cambió la vida un Cursillo de Cristiandad» - Alfa y Omega

«Así me cambió la vida un Cursillo de Cristiandad»

Una enferma de cáncer sin esperanza; un cristiano cómodo y sin compromiso; una joven alejada de Dios; una catequista sin vida de fe… Así se definieron algunos de los cursillistas de cristiandad que participaron en la Tercera Ultreya Europea que este Movimiento ha celebrado en Roma. Sus circunstancias vitales, sociales e incluso geográficas no tienen nada que ver. Sin embargo, todos comparten algo: el encuentro con Cristo en un Cursillo de Cristiandad les ha cambiado la vida

José Antonio Méndez

Casi 7.000 cursillistas de cristiandad de toda Europa se dieron cita el pasado fin de semana en Roma para celebrar su Tercera Ultreya Europea. Conmemoraban los 50 años de la presencia en Italia de este Movimiento, que nació en Mallorca en los años 40. Un día después de ser recibidos en Audiencia por el Papa Francisco, los cursillistas de Holanda, Hungría, Alemania, Francia, Irlanda, Inglaterra, España, Italia, Portugal, Croacia, Austria y Chequia, tuvieron su encuentro en la basílica de San Pablo Extramuros, donde pudieron escuchar varios testimonios de personas a las que vivir un Cursillo de Cristiandad les cambió la vida: cristianos tibios, enfermos sin esperanza, personas alejadas de Dios…

Estos son algunos de los testimonios que proclamaron los cursillistas durante su Ultreya:

Gina: «Reconozco a Dios a mi lado incluso cuando estoy sufriendo»

Mi nombre es Gina De Vivo, tengo 31 años y soy de Casal di Príncipe. Cuando tenía 26 años, con mi graduación y un tra­bajo, pensé que había logrado todo lo que una persona podría querer y, en ese momento, pensé que todo era perfecto y que nada podría afectar a mi vida. Pero, muy pronto, tuve que luchar con el cáncer.Desde entonces, mi vida ha ido cambiando; durante dos años he tenido que convivir con una operación, quimioterapia, radioterapia y resistir a mis emociones, al miedo y al gran deseo de vivir.

Cuando lo peor había pasado, poco a poco volví a reanudar mi vida y a tenerla en mis manos. Mis intereses cambiaron y, sin darme cuenta, empecé a buscar un contacto diferente con el Señor, aunque siempre había sido parte de mi vida, porque desde pequeña participé en diversas activi­dades de la parroquia.

Cierto día, me invitaron a un retiro espiritual de jóvenes De Colores de mi diócesis, donde empecé a entender más el sentido del amor que unía a esos jóvenes. Me fascinó: me recibieron con los brazos abiertos, parecía que los conocía desde hacía mucho tiempo y, al final, dejaron huella en mí, y con ella, el deseo de querer participar a un Cursillo, algo que fue imposible debido a mi trabajo.

En enero recibí una llamada del hospital para una última intervención, para completar lo que había sido mi des­gracia. Al llegar, me ingresaron, comencé los con­troles y tras unos días un nuevo jarro de agua fría invadió mi vida: una recaída en el seno contralateral y en los huesos. Otra vez el mundo se derrumbó sobre mí. En la adversidad, los que me ayudaron a levantarme fueron los chi­cos que conocí en el retiro, gracias a sus oraciones, jun­to a las oraciones de otras personas de Cursillos, que yo no conocía.

Empecé otra vez con la quimio y, a pesar de todo, el de­seo de participar en el Cursillo se hizo más grande. Así me decidí a ir, a pesar de haber recibido la quimio unos días antes de asistir. Fue en aquellos días cuando me di cuenta de que, hasta entonces, mi amistad con el Señor era sólo estar físicamente presente en misa, pero el encuentro con Él en el Sagrario fue crucial para mí. Dejé que Él estuviera en continuo contacto en mi corazón y mi alma.

A partir de ese momento me enamoré totalmente de Aquel que nos dio la vida y me di cuenta de que para ser feliz se necesita cambiar de una forma totalmente diferente y que pocos conocen. Nuestra relación de amor procedió gra­dualmente, he aprendido que al estar en oración y quedarme en silencio conseguía tener al Señor dentro de mí, hasta a sentir su infinita dulzura.

Mi salud iba empeorando has­ta llevarme a una silla de ruedas. Situación que aún hoy me resulta difícil de aceptar. El dolor que siento es indescriptible, pero gracias a mi Pa­dre estoy aprendiendo a cómo hacer fructificar mi sufrimien­to. He aprendido a confiar mi vida en sus manos y reconozco que Él la está guiando, dirigiendo a través de todo lo que me pasa. Reconozco su capacidad para hacerme feliz en esta vi­da, incluso mientras estoy sufriendo.

Ruzica: «Jesús para mí era sólo un personaje histórico, no Dios vivo y resucitado»

Mi nombre es Ruzica Anusic y soy de Croacia. Estoy casada con un marido ma­ravilloso que está en silla de ruedas. No tenemos niños, pe­ro soy catequista y cada año tengo más de 250 niños que considero como los niños de Dios, los niños de la Igle­sia. Y puedo decir esto gracias a un encuentro especial. Os voy a hablar de eso, de lo que visto y he oído…

El encuentro comenzó con una pregunta que me hizo una alumna durante una clase: «¿Tu crees en la resurrección de Jesús?». «Por supuesto», le respondí. Entonces siguió: «¡Pues no te lo noto!» Yo estaba atónita. «¿Qué quieres decir?» Su respuesta fue simple: «¡No estás llena de alegría!».
Estaba muy sorprendida por sus palabras. Estaba con­vencida de ser una catequista buena y consciente, una buena cristiana. Siempre había intentado vivir conforme a los man­damientos del Señor, tratando de ayudar a los demás… ¿Qué me faltaba, qué tenía que hacer?

Encontré respuesta en un sitio unusual y en circunstan­cias inusuales. Me invitaron a una peregrinación a una Ultreya Eu­ropea en Fátima, con gente de Cursillos. Mi marido me preguntó si quería ir. «Tu estás discapaci­ tado. No puedo dejarte». El insistió hasta que decidí ir. Durante el viaje estuve muy triste. En el autobús lloré un montón. Tenía muchas preguntas en mi corazón. Me sen­tí incluso peor, porque mi padre había muerto el año anterior. Me encontraba asustada, desprotegida, sola. Vacía. Mi armonioso matrimonio, mi cas… todo eso parecía no significar nada. Tenía en la cabeza el hecho de que no teníamos niños. Por la situación de mi marido, la adopción era casi imposible. Me preguntaba a mí misma: «¿Esto es de verdad vida? ¿Cuál es el sentido de mi existencia?».

Me di cuen­ta de que realmente yo no tenía fe. ¡Yo sabía teología, pero no conocía a Dios! ¡Jesús para mí era sólo un personaje histó­rico, no el Dios vivo y resucitado! Y me encontraba de peregrinación a Lourdes y Fátima. ¡Y también a Santiago de Compostela! ¡Y con Cursillos!

Allí, con ellos, fui a encontrarme con nuestra Santa Madre…, y me encontré con nuestro Padre santo. Mi Dios se convirtió en Padre y dejó de ser sólo un con­cepto teológico. ¡Fue el Padre, Abbá, el que encontré en mis amigos de Cursillos y el que borró las lágrimas de mi cara! El Padre que me aceptaba como miembro de su fami­lia y que me estaba sonriendo en Francis, de Gibraltar; el Padre que me había levantado hacia Él gracias al padre An­drija de Croacia, que me consolaba y respondía incansablemente a mis preguntas… Finalmente mis oídos estaban abiertos y pude escu­char la Buena Noticia. De repente, mi lengua se soltó y comenzé a hablar en pú­blico. ¡Por primera vez! ¡La maravillosa libertad de los hijos de Dios! ¡A través del Cursillo había encontrado Padre y hermanos y herma­nas! Una sonrisa y una alegría brillaba en mi cara. ¡Y en mi corazón!

Lo que he ido viendo y viviendo en Cursillos es realmente un milagro del Señor… ¡El Cursillo es su obra! Cristo está diciéndome en todo momento: «¡No tengas miedo! ¡Yo estoy siempre contigo!» Y le respondo con las palabras de san Pablo: «Doy gracias a nuestro Señor Jesu cristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado dig­no de confianza, llamándome a su servicio» (1 Tim 1, 12).

Francis: de la comodidad a evangelizar en África

Me llamo Francis Napoli y o tuve la gran alegría de vivir mi Cursillo hace 20 años. Yo era un cristiano cómodo hasta entonces: iba a Misa los domingos, y con esto estaba satisfecho de que había cumplido. ¡Pero qué equivocado estaba! ¡Cómo cambió mi vida esa experiencia maravillosa de­ tres días!

Desde eso momento me enamoré de Jesús y de los Cur­sillos de Cristiandad, y decidí entregarme por completo a su servicio. Me puse a trabajar en mis ambientes y a hacer lo posible por convertirlos en ambientes cristianos. No fue fá­cil y habia quien se reía de mí, pero yo era feliz y sentía una alegría inmensa.

Muy pronto viví un Cursillo como miembro del equipo. En el 2006, Gibraltar obtuvo la Presidencia Europea del Grupo Europeo de Trabajo de Cursillos y fuí ele­gido coordinador. Muchos fueron los momentos vividos cerca de Cristo en esos cuatro años, pero quizás el mas grande fue poder introducir los Cursillos en Sudáfrica, en el 2009. Ya he visitado mu­chos países de África para celebrar Cursillos: Uganda, Tanzania, Ghana, Islas Mauricio…

Nuestros hermanos africanos nos necesitan. Necesitan que seamos ejemplo vivos del Evangelio. Que les llevemos el amor de Dios para que se sientan uni­dos a nosotros y queridos por todos. Tenemos que ser los instrumentos para propiciar ese encuentro maravilloso con Jesús. Son muchos los lugares en África donde están sucedien­do cosas terribles contra nuestros hermanos cristianos, y es deber nuestro movilizar a los laicos en África. Los sacerdotes solos no pueden moverse en los ambien­tes del día a dia. Estamos llamados a sembrar de Evangelio no sólo en los ambientes donde nos movemos, sino también entre aquellos que tienen menos recursos que nosotros. Nuestros hermanos africanos cuen­tan con nosotros, y nosotros contamos con la Gracia de Dios.

Serena: «Mi ceguera se convirtió en Luz y ahora soy voluntaria»

Mi nombre es Serena Palmiero y tengo 21 años. Mi familia es muy humilde, donde la religión era más una tra­dición que una convicción. Soy una persona ciega afectada por retinitis pigmentosa. Descubrí esta condena cuando tenía 14 años.

Mis padres no habían comprendido bien la gravedad de la enfermedad que, siendo progresiva, me llevaba en un cor­to tiempo a la oscuridad. A pesar de que yo estaba tratan­do de hacerles entender la gravedad, ellos nunca lo aceptaron. Asistí a escuelas ordinarias hasta el Bachillerato, sin profesores de apoyo. Sólo recibía ayuda de una amiga y compañera de clase que se convirtió, con mucha paciencia y dedicación, en mis ojos.

A menudo me preguntaba qué le daba tanta fuerza a mi amiga. Entonces me di cuenta de que era su Amor a Dios, porque sabía que donde hay amor allí está Dios. Así que yo también quise encontrar esta fuerza, y cuando me habló del Cursillo y de la experiencia que tuvo ella, acepté. Pero mis padres no querí­an que me alejase de ellos: creían que ellos tenían que ser mi bastón blanco, bastón que nunca querían comprarme porque no aceptaban mi enfermedad, y yo, para complacerles, y para no causar en ellos más dolor, decía que veía un poco.

Finalmente pude ir al Cursillo. A mi lado tenía siempre a mi amiga, que era del equipo. Fueron tres días maravillosos: co­nocí a Jesús y, con Él, experimenté el amor a todas las nuevas herma­nas que había conocido. La oscuridad se ha convertido en luz. Por supuesto, hay momentos de desaliento, pero si extiendo mi brazo siento que Él está conmigo y que me acompaña, y ahora veo me­jor que una persona con vista. Veo el sol en el calor de sus rayos, escucho el viento, y en la voz de mis amigas puedo entender su estado de ánimo. Dios me dio el don de poder descubrir que Él siempre me ha ama­do. Con la ayuda de la Co­munidad de Cursillos me integré a la Unión de Ciegos de Italia, aprendí braille y trabajo como voluntaria en la Unión, ayudando y alen­tando a los que están en mi situación.

El regalo más grande que el Señor me ha dado es que mis padres han aprendido a amarme de una manera correcta y, lentamente, han aceptado la Voluntad del Señor. A mi lado está un hombre que comparte mi mismo ca­mino, me ama, me ayuda, y me hace sentir una mujer normal, sin patetismo ni tristeza, porque con Dios en nuestros corazones siempre hay, siempre, sólo alegría.