Así ensayan los costaleros de la Virgen de la Hermandad de Los Estudiantes
El palio de la titular de Los Estudiantes pesa 1.200 kilos; cada costalero lleva sobre sí más de 34 kilos. Hemos estado con ellos mientras ensayan para el Domingo de Ramos, cuando la hermandad realizará su estación de penitencia
La noche del viernes 22 de febrero se ha levantado fresca. Es el primer día, después de muchos, que bajan las temperaturas en Madrid. Cinco grados centígrados. Sensación térmica de dos porque sopla viento. Luna casi llena. Antes de las 21:00 horas, cuando estaban citados, decenas de costaleros se arremolinan ya a las puertas de la casa de hermandad de Los Estudiantes, en la calle Puñonrostro, junto a la basílica pontificia de San Miguel. En el templo tiene su sede la hermandad y allí descansan, en una de las capillas laterales, sus titulares: el Santísimo Cristo de la Fe y del Perdón y María Santísima Inmaculada Madre de la Iglesia. La Señora, vestida ya de hebrea, como corresponde al tiempo de Cuaresma. Para el Domingo de Ramos (24 de marzo), cuando la hermandad realizará su estación de penitencia, lucirá de reina.
Bajo el paso de palio de la Virgen van 35 costaleros en siete palos o trabajaderas. Son la mitad de los que ensayan, porque este año, por primera vez en la historia de la hermandad, se dobla cuadrilla (superan los 70), lo que facilitará los relevos. Serán ocho en total, y así se lo hace saber el capataz, Manuel Marín, a los congregados antes de comenzar el ensayo. El de este viernes es el tercero; deberían ir por el cuarto (habrá hasta un quinto), pero la lluvia les impidió salir el viernes 9. Los va reuniendo primero en la casa de hermandad, recién estrenada su obra de remodelación. El objetivo del ensayo es «que se vayan acostumbrando al peso, a la técnica de andar, al de al lado, que se conjunten, que se acostumbren a ellos, que acostumbren el oído al compás…».
La tanda de ensayos comenzó en realidad a mediados de enero con la igualá. Los costaleros van organizados bajo el paso por alturas, y lo que se mide en ellos para agruparlos es la cerviz. Ahora, en los ensayos, cada uno tiene ya asignado su palo y su puesto: costero si va en los extremos derecho o izquierdo, fijador, el que va al lado del costero, y corriente, el que se sitúa en el centro.
Se llama así, nos explica el capataz, porque antiguamente las calles estaban inclinadas hacia dentro para que el agua de la lluvia bajara en corriente, y justo por ahí era por donde pasaban los costaleros del centro. Los fijadores que van en los cuatro extremos del paso se llaman pateros y su función es primordial ya que son los que hacen que el paso gire. Porque «el paso no tiene volante», detalla Adolfo, 14 años sacando a la Virgen a las calles de Madrid.
Este año, Los Estudiantes tiene muchos costaleros nuevos. Y por eso Manuel, mientras los veteranos se van apañando, les explica cómo hacer y tirar el costal (colocárselo en la cabeza), que «es todo un arte». Lo importante es «que quede cómodo»: la morcilla (el rulo blando, «preferiblemente de silicona») que coincida con la cerviz, porque sobre ella caerá la trabajadera; la visera, «me gusta que tape un poco el ojo, siempre digo que el costalero tiene que mirar un poco pa’arriba»; y los paños, que queden estirados y holgados para no apretar las orejas.
En esta clase práctica hablamos con Guillermo, segundo año que sale de costalero. «El día del montaje de los pasos es el más bonito; pasan los niños de la cofradía, vienen turistas y nos preguntan…». Y luego, la experiencia de sacar a la Virgen a la calle, acercarla a las gentes de Madrid. «Es una cofradía de silencio la nuestra, pero cuando viene la Virgen el ambiente en la calle cambia; se les escapan “¡vivas!» y aplausos…». Al ambiente se refiere también Adolfo: «No ves nada; el costero aún puede atisbar algo a través del respiradero, pero apenas nada. Pero se siente el ambiente. El olor a incienso, la marcha procesional, el respeto de la gente…». Y se emociona Adolfo.
No lo dice expresamente el capataz, pero percibimos que ponerse la faja también es un arte. Rubén es costalero de los veteranos, «19 años saliendo, doce debajo de la Virgen». «¿Por qué lo haces?». «Por fe». Nada más. Y nada menos. «Sigue siendo duro», pero con los años, apunta, se va cogiendo práctica. «Es como conducir, que al final sale solo».
Está ayudando a un chaval, tirando del trozo de tela alargado con todas sus fuerzas mientras el chico va girando su cuerpo para que quede enrollado. «Sujeta mejor esta de tela, porque es más rígida que las otras», más aparentes, quizá, pero «más elásticas».
22:00 horas. El capataz da indicaciones a los costaleros. Les recuerda que se tienen que aprender de memoria las marchas que acompañarán a la Señora en su recorrido por las calles de Madrid. Recorrido, por cierto, que la hermandad ha cambiado por completo este 2024 para poder pasar por la Puerta del Sol junto al resto de hermandades de Madrid. Dejará su Madrid de los Austrias tradicional para trasladarse a la Plaza Mayor, Sol, plaza de Jacinto Benavente y vuelta a la basílica. Para ello han adelantado hora de salida (17:30 horas). «Es fabuloso —nos reconoce el capataz—, un nuevo reto».
«No se puede ir pegado al costero», continúa Manuel Marín. Lo cierto es que, a simple vista, entre costalero y costalero no cabe un alfiler bajo la parihuela. Pero se refiere Manuel a descargar peso en el de al lado. El palio de la titular de Los Estudiantes pesa 1.200 kilos; cada costalero lleva sobre sí más de 34 kilos. De ahí también que si alguno no está perfectamente alineado en altura con el resto de los de su fila, utilice unos suplementos de un centímetro o centímetro y medio para igualar; se trata de una pieza de madera que se sujeta a la trabajadera con tiras de velcro.
Otra indicación: «Ir al compás, tenéis que ir con la marcha en la cabeza». Y aquí les señala cómo el bombo es el que marca el ritmo; en algunas es fácil seguirlo, en otras, no tanto y se pueden perder. Por eso, insiste, «os las tenéis que aprender». Sigue el capataz: «No tiene sentido que nos metamos debajo de un paso creyendo que solo es coger kilos». Subraya que los varales y la bambalina (los palos que sujetan toda la estructura del paso y los faldones que cuelgan encima de la Virgen) «se muevan poco». «Hay que marcar el compás, pero sin hacer juego de rodillas». No parece fácil, pero los costaleros lo consiguen sin mover el tronco ni la cadera, y doblando las rodillas de manera casi imperceptible. El paso, nos apunta Adolfo, «se marca siempre con la izquierda; se comienza siempre con ese pie».
El ensayo está a punto de arrancar. Ya se han colocado todos los costaleros bajo los palos. Manuel les habla, igual que hará el Domingo de Ramos al comienzo de la estación de penitencia. «Hoy en Valencia hemos visto la tragedia de muchas familias —alude al incendio que acabó con la vida de diez personas y destrozó 138 viviendas—; una de ellas ha muerto acurrucada en un cuarto de baño. Nos hace pensar lo vulnerables que somos y que hay que dar gracias a la Santísima Virgen por estar aquí, por ser sus pies y poder disfrutar hoy de este ensayo». Y continúa: «Somos una cuadrilla, nos queremos y todos trabajamos con un solo corazón». Rezan un padrenuestro y una avemaría y se disponen a comenzar.
Uno de los costaleros es, bajo el paso, la voz del capataz. Cada orden que este da es replicada por la voz desde dentro. Por eso sucede que entre una y otra medien unos segundos: la voz tiene que ver que está todo en orden para arrancar. Igualmente consigna otras pautas si lo cree conveniente. Rubén es uno de ellos. También Raúl. «Así, valientes; así, elegante», va animando a sus compañeros. Y fuera, en cada pata, el capataz es ayudado por contraguías, que ayudan en las indicaciones: Manuel, Jesús, Lorenzo y Julio.
«Está levantá va al cielo», insta Manuel a los costaleros. Y eso significa que se arranca con salto, metiendo riñones. Algunas van bien; otras, no tanto si el salto lo hacen a destiempo. «¿Estamos con la cabeza en lo que estamos?». Cuando Manuel dice «menos pasos quiero» es que han de dar pasos más cortos; si dice «pararse ahí», se detienen y depositan las patas del palio en el suelo, «posamos el paso; no lo tiramos, pero tampoco nos quedamos con él». A Raúl, nos cuenta Adolfo, le gusta decir «dejadla caer como si fuera un clavel».
Si el capataz dice «derecha adelante, izquierda atrás» es que se va a comenzar a girar hacia la derecha, y aquí el giro lo marcan los pateros. Hay otro tipo de levantá, que es a pulso, más suave que cuando es al cielo. Las cuestas complican. Si van hacia abajo, nos comenta Adolfo, el mayor trabajo recae en las tres primeras filas de costaleros, que además soportan el peso de la candelería.
El ensayo se realiza fundamentalmente en la Plaza de la Villa y, a través del pasadizo, en la plaza que queda entre las calles Madrid y Rocío. A ella entran, a las 23:00 horas, al son de Mater mea. Unas turistas se acercan a preguntar qué pasa. Les sorprende ver a los costaleros bajo la parihuela, con los 1.200 kilos encima a base de planchas de metal (el paso del Señor ensaya los jueves, con sacos de tierra que hacen los 900 kilos que pesa).
El ensayo está yendo bien, «mejor que otros días», destaca Adolfo. «Frío», añade el capataz. Aún les queda una hora de andar, parar, levantás y revirás (giros), con la vista fija en el gran día, ese en el que saldrán a las calles siendo los pies de María.