Artémides Zatti, el enfermero santo
Artémides Zatti fue, con 16 años, uno de los millones de italianos que embarcó con su familia rumbo a América. Era 1897. Huían de una pobreza que les había empujado a que, con 9 años, el muchacho ya fuese a trabajar como jornalero. En Bahía Blanca (Argentina), empezó en una fábrica de ladrillos. Tres años después, fascinado por una biografía de Don Bosco, ingresó en esta congregación.
Deseaba ordenarse sacerdote, pero no pudo ser. Se contagió de tuberculosis cuidando a un compañero, y llegó un momento en que los médicos temieron lo peor. El director del hospital de los salesianos en Viedma, Evasio Garrone, le sugirió que prometiera a María Auxiliadora dedicar su vida a los enfermos si sanaba. Para su canonización, este domingo, se ha elegido como lema las palabras con las que narró este momento: Creí. Prometí. Sané. Ante tal milagro, no le importó que haber estado enfermo le impidiera ordenarse. Se convirtió en salesiano coadjutor, es decir, religioso no ordenado. Y estudió para ser enfermero.
También lo es el español José Luis Gallego. Explica que la principal lección de Zatti hoy es su capacidad para «leer» cómo «Dios le habló a través de esa enfermedad», para «encaminar su vida a otra vocación que no es secundaria ni subalterna». Cualquier persona «en cualquier modo de vida es capaz de ser santo», simplemente «desde la humildad, el trabajo diario y las tareas más sencillas». El futuro santo llegó a sustituir a Garrone como director del hospital donde recibió su segunda vocación. Pronto comenzaron a conocerse los testimonios sobre su entrega. Igual llevaba él mismo a los fallecidos al depósito rezando en alto por ellos, que encontraba tiempo para visitar las barriadas más pobres. Al morir en 1951, se llegó a decir que era el único que «podía entrar en la más dudosa de las casas a cualquier hora del día o de la noche» sin dar lugar a ninguna sospecha.