Hermanitas de los Pobres: «Aquí los pobres son ricos porque se les cuida y se les ama»
Conocemos la labor de las Hermanitas de los Pobres en Madrid, que acaban de recibir la visita del cardenal Cobo; «tuvo una sonrisa para cada uno, unas palabras, ¡qué cercano!»
«Aquí lo principal es esto». Y la madre Lilian, superiora de las Hermanitas de los Pobres de la calle Almagro (hay dos casas más de las hermanitas en Madrid), nos lleva a la capilla, mostrándonos cuál es el centro. El físico, porque el edificio se estructura en torno a Él, y el espiritual. Jesucristo, pilar de una residencia que se llama Mi casa y que hace honor a su nombre: «No queremos que sea un asilo, sino la casa de los ancianos, que se sientan felices». La primera piedra de la casa, que aún conservan en el jardín, se puso en 1875 siguiendo el carisma de santa Juana Jugan, la fundadora de las hermanitas: acoger a los ancianos pobres, aquellos a los que su pensión no les daría, ni de lejos, para costearse una residencia convencional. A veces, reconoce la hermana, duele decir que no a alguien, pero no pueden «quitar la plaza a un pobre», que en realidad «aquí son ricos porque se les cuida y se les ama». Nada que ver con el primer asilo al que entró la madre, en su Puerto Rico natal. Fue tal el impacto por el estado de deterioro y abandono de las personas y las instalaciones que se prometió a sí misma que jamás volvería a uno. «Y ahora no salgo», ríe con ganas.
La mañana es animada para los 65 ancianos residentes, hombres y mujeres. Encontramos a un nutrido grupo de mujeres jugando al bingo y otros leyendo el periódico en círculo. «Luego discuten las noticias». Además, los ancianos —todos válidos hasta que van dejando de serlo, y entonces los bajan a la primera planta y les dan una atención más especializada— colaboran en lo que pueden. Por ejemplo, preparando los cantos de las Misas, que celebran todos los días a las 12:30 horas; pelando patatas en el patatero, ayudando en el lavadero, en la portería… «Ellos se sienten útiles y responsables de la casa». El pasado verano, el primero que la madre Lilian estaba de superiora, un grupito de hombres declinó irse de vacaciones, «¡cómo vamos a dejarlas aquí solas!».
Además de las hermanitas, los cuidan más de 40 empleados. «Les inculcamos el cariño y la atención a los residentes; nosotras estamos hoy, pero mañana no, porque nos cambian». Sin embargo, los trabajadores se quedan. Con ellos ejercen de manera muy patente su cuarto voto, el de hospitalidad, que es, «sobre todo, para los que tenemos más cerca».
La visita, providencial
Las mujeres que se han juntado en el ropero, donde arreglan ropas y cosen, no han podido evitar referirse a la noticia de la semana, casi del año, para la casa: la visita, el pasado domingo 25 de febrero, del arzobispo de Madrid, cardenal José Cobo, para celebrar la Eucaristía. «Nos pusimos de gala», comenta Loli; «los mejores trapos», vamos. «Fue muy amable, se reía mucho, nos hicimos fotos con él… Estábamos muy contentos, y yo creo que él también». Eso sí, «nos lo imaginábamos distinto, ¡es muy joven y muy delgado!, que siempre son más…». Hace un gesto abriendo los brazos y remata: «Orondos». La llegada del arzobispo de Madrid fue, como todo en la casa de las hermanitas, pura providencia. «No teníamos sacerdote para celebrar la Misa ese domingo». Cuando ya el tiempo se les echaba encima, les comunicaron que iría en respuesta a una invitación hecha a Cobo el pasado verano. «Tuvo una sonrisa para cada uno, unas palabras, ¡qué cercano!». En la homilía les trasladó «palabras de entusiasmo, “ustedes son Iglesia”; yo nunca me había sentido tan parte, tan cercana, de la Iglesia de Madrid». «Nos dejó sabor de Iglesia». Al terminar, les pidió que rezaran por él y por la diócesis. «Siempre lo hacemos, pero a partir de ahora, con otro sentimiento».
Mientras camina por los pasillos, que relucen, la madre Lilian acaricia y abraza a todo el que se cruza: a Félix, que nos enseña una foto suya en la que sostiene otra de Manolo Escobar, «su ídolo». «Yo le digo que la cambie por esta», y señala la hermana una del Sagrado Corazón de Jesús. A Paco, que tiene la «costumbre» de esconderse de todo en los bolsillos, «hasta el Niño Jesús y la Virgen de los belenes». A Inesita, «que va de la cama al sofá y del sofá a la cama, y le encanta la música». A Consuelo, «siempre riéndose; es un caso»… «Ayudar a los ancianos me ha hecho más persona; cuánto recibo de ellos, de su sabiduría, de sus experiencias, de sus dolores, de sus tristezas… Se aprende mucho en el dolor», concluye.
En cada sala de la casa hay una figura de san José. «Desde el principio, santa Juana Jugan se confió a él». Y esta confianza la imitan las hermanitas hoy en día. En la cocina ponen a sus pies lo que necesitan: ajos, canapés, aceite, café, mantequilla… Y, providencialmente, llega. «San José nunca nos ha fallado, ni en lo material, ni en lo espiritual».