Hermanitas de los Pobres: 150 años en España. Mi Casa, mi familia - Alfa y Omega

Hermanitas de los Pobres: 150 años en España. Mi Casa, mi familia

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
En el taller de costura.

En los muros de las casas de las Hermanitas de los Pobres, en todo el mundo, hay una placa con la inscripción: Mi Casa. La que llevan las hermanas en la calle Almagro de la capital de España, es también conocida como el asilo de Madrid, pues fue la primera residencia para ancianos con dificultades que se abrió en la ciudad, poco después de la llegada de la Congregación a Barcelona, en 1863. La Orden está, por tanto, celebrando el 150 aniversario de su entrada en España. En esta primera Casa de Madrid, la vida transcurre apacible y serena: son 18 Hermanas y casi un centenar de ancianos, aunque hace años llegaron a albergar a casi 300.

Pese al elevado número de residentes, «lo que queremos es crear un ambiente de familia», afirman sor Amelina y sor María Ángeles, y eso se percibe al recorrer los pasillos de la residencia. En las distintas salas, los ancianos se dedican a diferentes tareas: costura, cestas, manualidades, tapices, lavandería… «Cada uno hace lo que sabe hacer, lo que les gusta. Ésta es su casa, y las cosas que hacen las hacen para su casa», señalan las religiosas, quienes también ofrecen a los residentes actividades y servicios como talleres de artesanía, proyecciones de cine, teatro, gimnasio, atención médica, fisioterapia…

Dios me ve, y eso es suficiente

La fundadora de las Hermanitas de los Pobres fue santa Juana Jugan, pero durante muchos años nadie lo supo, ni siquiera en el seno de su Congregación. Por esas circunstancias que, a veces, Dios permite en la historia de la Iglesia, entre las Hermanitas de los Pobres nadie sabía que fue ella quien dio los primeros pasos de la Orden, cuando, en el invierno de 1839, cedió su cama a una anciana que vivía en la calle. Era noticia común en la comunidad que el fundador era un sacerdote que tenía gran influencia entre las religiosas, y que apartó a Juana de la dirección de la Congregación, deformando poco a poco la historia de los orígenes de la Orden. Arrinconada y dedicada a labores humildes, como pedir dinero por las calles para los ancianos, Juana obedeció y se mantuvo oculta, sin reclamar nada, durante más de cuarenta años. Por encima de su orgullo estaba su confianza en Dios y su amor a los ancianos: «Mis pequeñas, hay que estar siempre de buen humor; a nuestros ancianos no les gustan las caras tristes», decía a las novicias. Poco a poco, fue perdiendo la vista, «pero Dios me ve, y esto es suficiente», decía. Sólo se conoció la verdad después de su muerte. En 1982, Juan Pablo II la proclamó Beata; y en 2009 fue canonizada por Benedicto XVI.

«Las Hermanitas son todas muy buenas, y estamos en la gloria», dice una mujer en la sala de costura; pero no hacía falta decirlo, pues se puede percibir en cada gesto y en cada mirada que dirigen a los ancianos, en los pasillos o en las habitaciones, donde yacen algunos en medio de su enfermedad, rodeados de cariño.

En realidad, en Mi Casa hay cariño para todos, como en las mejores familias. Por los pasillos encontramos a Benita, quien anda con los purificadores de la capilla de acá para allá. «Llevo haciendo esto toda mi vida», señala camino de la capilla, que es el corazón de la Casa. «Aquí no se obliga a nadie a ir a Misa –afirman las hermanas–, pero casi todos vienen». Y no sólo eso, sino que también ofrecen a los residentes catequesis y, en general, un completo servicio pastoral. Quizá por todo ello son tan apreciadas, que no pueden atender a todo el que desea ser acogido en la Casa. «Nosotras no salimos a buscar a los ancianos; ellos mismos nos conocen, muchas veces por el boca-oreja, y vienen a nosotras. Aquí sólo acogemos a los más pobres: éste es nuestro carisma», afirman.

Algo que no se conoce bien es que las Hermanitas de los Pobres viven de la Providencia. «No dependemos de nadie, pero nos ayuda mucha gente», dicen confiadas. Como es norma en la Congregación desde sus inicios, cada día dos Hermanas salen a la calle a pedir ayudas para el sostenimiento de la Casa, sobre todo a bienhechores ya conocidos. Así han sobrevivido durante los últimos 150 años, ofreciendo a los más pobres y solos lo mejor que les pueden dar: la compañía de Cristo, una casa y una familia.

Decir la verdad y hacer el bien. 150 aniversario de las Hermanas del Amor de Dios

Otra Congregación que está de aniversario es la de las Hermanas del Amor de Dios, puesto que, en 2014, se cumplirán los 150 años de su fundación por el padre Usera. Después de una experiencia contemplativa en el Císter, funda una nueva familia religiosa con el objetivo de formar y educar a las niños y jóvenes «por amor de Dios y para Dios». Asimismo, trabaja por la promoción de la mujer, a la que veía como la base de la sociedad, y en todo lo que tuviera que ver con la promoción humana: alfabetización de adultos, centros de salud, acción social en barrios marginales… Murió Jerónimo Usera en La Habana, pobre de bienes, el 17 de mayo de 1891. Su lema: Decir la verdad y hacer el bien en servicio de Dios y de los hombres.