Apreciar la novedad de Jesús - Alfa y Omega

En numerosas ocasiones, las situaciones en las que se encuentra Jesús en los Evangelios son muy semejantes al contexto del islam. Por ejemplo, cuando piden al Maestro una fatua (opinión jurídica): ¿Cuál es el primer mandamiento? ¿Quién es mi prójimo? ¿Cuántas veces hay que perdonar? ¿Cómo se reza? ¿Por qué tus discípulos no ayunan o comen sin purificarse? ¿Qué hacer con esta mujer adúltera? ¿Cómo obtener la vida eterna? ¿Serán muchos los que se salven?

Pero, frente a estos cuestionamientos, las respuestas de Jesús son todas «religiosamente incorrectas» ya que, y se ve muy bien en las parábolas, la enseñanza de Jesús no tiende a reforzar la práctica de la ley ni el comportamiento cultual, sino que invita a tomar opciones libres de toda estructura y apoyos exteriores para entrar en una relación personal de confianza con Dios.

Jesús va a contestar a todas las preguntas, pero desvinculándolas de los límites habituales de una religión establecida: ¿Rezar? Sí, pero no ostensiblemente ni con fórmulas cuasi mágicas, y en cualquier lengua con tal que llames a Dios «Padre» y que lo adores en espíritu y en verdad. ¿El prójimo? Aquel, sea cual sea su raza, su religión o su condición, del que tú te hagas prójimo movido por la compasión. ¿El paraíso? Claro que existe, pero no para el que haya dicho «Señor, Señor», y ni siquiera para el que haya expulsado demonios en nombre de Jesús, sino para el que haya hecho, aún sin saberlo, la voluntad de su Padre celestial. ¿Juicio final? Evidentemente, pero basado no en el cómputo de actos cultuales, sino en la práctica indiscriminada de la compasión hacia los hambrientos, sedientos, enfermos, prisioneros, extranjeros y desposeídos de la humanidad.

Si el cristianismo se constituyó en religión independiente del judaísmo no fue solo por el rechazo masivo de Israel, sino porque ontológicamente el judaísmo no podía contener un mensaje que lo desbordaba en todos los temas esenciales. Tal vez esta Cuaresma sería un tiempo para tomar conciencia de la exigente novedad que Jesús nos trae y a la que nos hemos malamente acostumbrado, evacuando así su poder transformador y revolucionario a nivel individual y social.