La apertura, el reto de la Iglesia - Alfa y Omega

Aun siendo palabra tópica, es palabra necesaria. Apertura. La utilizamos para hablar tanto de las relaciones interpersonales como sociales. Pero también la usamos mucho para hablar de las actitudes típicamente cristianas de acoger, entender e integrar al otro. Es más, utilizamos la palabra apertura para hablar de la relación de la Iglesia con el mundo, como actitud básica del diálogo (beato Pablo VI), de la espiritualidad de comunión (san Juan Pablo II), y de la cultura del encuentro (Benedicto XVI y Francisco).

En este mes en el que se está desarrollando en Madrid un ciclo de conferencias sobre la Iglesia y la Transición política española, vemos cómo la Iglesia dio un innegable testimonio de apertura, del que depende en gran medida que aquella transición sea modélica por pacífica y ordenada. Decía el profesor Laboa que la Iglesia sirvió a la transición política porque ya algunos años antes, gracias al Concilio Vaticano II, sirvió a la transición eclesial. Es decir, al cambio de una Iglesia encerrada en sí misma y nostálgica de su pasado a una Iglesia abierta a la realidad que la circundaba y en la que en la clave del discernimiento paulino (examinarlo todo y quedarse con lo bueno), poder apostar con todos los demás por los ideales de participación democrática, justicia social y libertades civiles.

El reto, 40 años después, sigue siendo el mismo: apertura, más apertura. Apertura no significa confusión, ni claudicación, ni marginación, tanto de ideas como de ideales y proyectos. Apertura significa, como recordaba monseñor Carlos Osoro en la fiesta de la Almudena, derribar los muros de los prejuicios y las divisiones y construir los puentes del respeto, del diálogo y del entendimiento, con todos, sin excepción alguna. Ese mismo día doña Manuel Carmena, alcaldesa de Madrid, en el Voto de la Villa, fruto de dos años de respeto, diálogo y entendimiento con don Carlos Osoro, se atrevió, aun desde su increencia personal, a proponer las obras de misericordia evangélicas como ideal de convivencia para todos los madrileños.

La apertura es, de hecho, el programa diario del Papa Francisco. Derribar muros y construir puentes, dentro de la Iglesia (también con sus hijos que se pueden sentir excluidos por sus situaciones personales), y fuera de la Iglesia, con los demás cristianos, con todos los creyentes, y con hombres y mujeres de convicciones diversas. Esta apertura no es debilidad, es fortaleza. Pero porque bajo los signos que para muchos son de debilidad (humildad, escucha, espera), se manifiesta, bajo los signos de reconciliación, paz y unidad, la fortaleza divina.