Apatity está a 180 kilómetros de Múrmansk. Hacia el sur. Desde Múrmansk, todo queda al sur. Es lo que tiene estar tan al norte. Es una ciudad de unos 60.000 habitantes, en la península de Kola, entre el lago Imandra y el macizo de Khibiny. Las montañas están nevadas gran parte del año.
Hace ya algunos años, desde el principio de nuestro trabajo en Múrmansk, el anterior párroco, el padre Juan Emilio Sarmiento, encontró un grupo de católicos en esa ciudad. Y, de acuerdo con ellos, decidió viajar cada dos semanas para celebrar la Eucaristía. Yo heredé la encomienda. El viaje es hasta agradable en verano, pero en invierno… Con la noche polar, las carreteras heladas, a veces la niebla y la nieve, se hace duro. A ratos, peligroso.
La pandemia, primero, y la reforma de la biblioteca donde nos reuníamos, después, me han tenido más de un año sin poder ir a Apatity. Volví, con el padre José María Vegas, para la Pascua. Nos juntamos en la sala de un hotel, montamos el tenderete, y celebramos la Resurrección del Señor con gran alegría. La vez que más personas se juntaron, fuimos 23. La media suele ser de diez o doce asistentes. El sábado a las 11:00 horas hay algunos que trabajan. Nunca llueve a gusto de todos. Esta vez fuimos ocho personas en la sala de conferencias del hotel Ametist, que no deja de ser una sala grande con cocina. Como siempre, la gente se mostró muy agradecida por la visita. Después de la Misa, le llevamos la Comunión a una abuela, Jonora, que no puede andar demasiado. También lo agradece mucho. Su madre llegó a vivir hasta los 99 años. Ella va por el mismo buen camino.
No debe de ser fácil vivir la fe sin poder ir a la iglesia cada domingo. De vuelta a casa, mientras conducía por la soleada carretera, pensaba en la gente que, en España, tiene el templo (o los templos) al lado de casa y no lo aprovechan. Yo me hice 409 kilómetros para atender a un grupito de fieles. Ellos se alegran de celebrar la Eucaristía.