Anuncia lo que el Señor ha hecho contigo - Alfa y Omega

Anuncia lo que el Señor ha hecho contigo

Lunes de la 4ª semana del tiempo ordinario / Marcos 5, 1-20

Carlos Pérez Laporta
Dos hombres poseídos por del demonio. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Marcos 5, 1-20

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.

Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente:

«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes». Porque Jesús le estaba diciendo:

«Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó:

«¿Cómo te llamas?». Él respondió:

«Me llamo Legión, porque somos muchos».

Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.

Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:

«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».

Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar. Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.

Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron.

Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:

«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».

El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

Comentario

«Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con Él. Pero no se lo permitió». Quizá en un inicio a este hombre le pareció un rechazo. Jesús no le había permitido estar con Él. No había podido subir a la barca, y seguirle junto con los demás. Jesús le había sanado, había extirpado de él todo el mal que le dominaba; por eso él no quería otra cosa que marchar con Jesús, estar con Él. No había para él nada ni nadie más importante. Pero Jesús le deja en tierra. ¡Qué melancolía! ¡Qué dolor no abriría para él en la medida en que la distancia de la separación se fuese ampliando! ¿Cómo vivir ya sin aquel hombre?

Pero entonces Jesús le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti». Él se marchó con un sabor agridulce, sin comprender demasiado. Pero «el hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban». Él el primero, porque esa distancia con Jesús comenzó a estar habitada por una extraña compañía de su memoria: rememorar ante las gentes lo que el Señor en Jesús había hecho por él le hacía percibirse absolutamente sostenido y acompañado, absolutamente confiado a la presencia ahora invisible del Señor. En el fluir constante de su memoria la ausencia de Jesús era más bien una presencia insondable. Como si al presentar a Jesús se le hiciese presente. De ese modo, pudo Jesús permanecer con aquel hombre y en aquel lugar, pese a que le rogasen «que se marchase de su comarca».