Antes que la conversión de los demás... El primero que se debe convertir soy yo - Alfa y Omega

Antes que la conversión de los demás... El primero que se debe convertir soy yo

A veces, resulta tentador decir a quienes están en proceso de conversión aquello que quieren oír, dar un poco de desengrasante al Evangelio para pasarlo mejor. Lejos de ello, lo que quieren y necesitan las personas necesitadas de Dios es el Evangelio tal cual es, sin rebajas. Eso lo sabe bien el padre Juan Rivas, Legionario de Cristo, que tuvo una importancia decisiva en la conversión del actor y productor Eduardo Verástegui

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

¿Qué papel tuvo usted en la conversión de Eduardo Verástegui, y cómo le guió hasta la fe de la Iglesia?
A toda conversión siempre precede la acción divina. Cuando él se acercó a mí, ya estaba inquieto sobre la ruta que debía seguir en su vida. Él sentía una contradicción entre lo que el mundo le ofrecía y lo que le dictaba su corazón. Cuando me dijo que estaba interesado en ser misionero entre salvajes, le dije que aquí en Hollywood había muchos, y que consideraba que debía de poner su talentos artísticos al servicio de Dios.

¿Cuál es el papel de la oración en este proceso?
Si de verdad estoy interesado en la conversión de alguien, lo primero que hay que hacer es hablarle a Dios de él. La fe sigue siendo hasta hoy una gracia. Es necesario crear ambientes de oración, grupos alternativos, comunidades que rescaten nuestro espíritu del ambiente pagano. La sociedad cristiana está desapareciendo, por eso hay que crear lo que el Papa llama sociedades alternativas. Por ejemplo, yo promuevo en mi comunidad que varias parejas se reúnan en casa, una vez por semana, a rezar el Rosario y reflexionar sobre el Evangelio del domingo. Ese ambiente sereno, con los móviles apagados, se presta para tratar otros temas a la luz del Evangelio. El proceso de conversión es un proceso largo, pero hay que caminarlo juntos.

Por otro lado, la conversión más difícil no es la de los ateos, sino la de los que se dicen creyentes pero viven como paganos, porque éstos últimos no creen que necesitan convertirse.

¿Cuándo puede saber uno que una persona ya está preparada para que le hablemos del Señor?
Para acercar a alguien a la fe, primero es necesario un ambiente de simpatía, de amistad y de aprecio por el otro, y ahí surgirá el momento para sembrar la fe en su corazón e invitarlo a volver a la Iglesia.

¿Y qué pasa si nos puede el miedo, como a Jeremías: Señor, mira que soy un muchacho?
El miedo puede surgir de mi debilidad, pero también de la ignorancia de mi fe y de la debilidad de mi amor, o quizá del creer que yo solo y con mis fuerzas voy a convertir a alguien. La conversión es un regalo de Dios al que es humilde.

También hay ocasiones en que la conversión tan deseada de esas personas cercanas no llega. ¿Qué podemos hacer?
Yo me preguntaría: ¿Me he convertido yo? ¿Tengo una fe fuerte, firme? Existe el peligro de creer que la conversión es cosa de los otros. El que se tiene que convertir primero soy yo. Al convertirme yo, mi oración se hace más fuerte, mi testimonio mas convincente, mi confianza más cierta. La Virgen dijo a los niños en Fátima: Oren, ayunen, sacrifíquense por la conversión de los pecadores. Lo demás se lo dejamos a Dios.

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