Ante el cantante Sting, Francisco pide que «el único Señor» sea Dios y no los ídolos - Alfa y Omega

Ante el cantante Sting, Francisco pide que «el único Señor» sea Dios y no los ídolos

Buscar la propia seguridad en el éxito, el poder y el dinero es la eterna tentación ante la incertidumbre de la vida, ha reconocido el Papa Francisco en la catequesis de este miércoles. Frente a ello, ha propuesto «poner nuestra seguridad en Dios», pues su salvación «entra por la puerta» de nuestra debilidad

Redacción
El Papa saluda a Sting. Foto: CNS

El Papa Francisco ha advertido este miércoles contra el éxito, el poder y el dinero, pues terminan esclavizando al ser humano. Por el contrario, ha asegurado que «la libertad del hombre nace de dejar que el verdadero Dios sea el único Señor».

Durante la audiencia general celebrada esta mañana en el Vaticano, Francisco siguió hablando de la idolatría. Profundizaba así, porque «es muy importante conocerlo», en el tema que había empezado el miércoles pasado tras su breve descanso veraniego.

Entre el público se encontraba el músico británico Sting y su esposa, la actriz Trudie Styler. Sting ha puesto música al espectáculo El juicio final, que recrea de forma audiovisual el proceso de creación de la Capilla Sixtina y que se proyecta en el Auditorio Conciliazione de Roma, a pocos metros de la plaza de San Pedro del Vaticano. Al final de la audiencia, el Papa se ha dirigido al matrimonio y los ha saludado personalmente.

«La vida humana es incierta»

El Santo Padre ha centrado su catequesis en la escena del becerro de oro narrada en el libro del Éxodo, y «que representa el ídolo por excelencia». Esta escultura resume las «tentaciones de siempre»: en esa época —ha explicado el Papa—, el becerro era símbolo de fecundidad y abundancia, y de energía y fuerza. El oro del que estaba hecho representaba la riqueza.

Por ello, es «el símbolo de todos los deseos que dan la ilusión de libertad»: éxito, poder y riquezas. El pueblo de Israel —ha continuado Francisco— recurrió a esta religión casera como reacción a la «precariedad y falta de seguridad» que suponía su trayecto por el desierto; una «imagen de la vida humana, cuya condición es incierta».

En este contexto, «si Dios no se deja ver, nos hacemos un dios a medida». Un dios, además, con el que «no hay riesgo de una llamada a salir de la propia seguridad» y que es más bien «un pretexto para ponerse en el centro de la realidad». Sin embargo, estos ídolos al final «siempre esclavizan. Es la fascinación de la serpiente, que mira al pájaro y este no se puede mover, y lo atrapa», ha puesto Francisco como ejemplo.

Eliminar la idolatría, el «gran trabajo» de Dios

En el fondo de la idolatría ­—ha proseguido el Papa— está la «incapacidad de confiar sobre todo en Dios, de poner nuestra seguridad en Él y de dejar que sea Él el que dé verdadera profundidad a los deseos de nuestro corazón». Este abandono total también «nos hace fuertes en la debilidad, en la incertidumbre y en la precariedad». Nos permite aceptar estas limitaciones, «y rechazar los ídolos de nuestro corazón».

Sin él, siempre buscaremos otras seguridades. Es la tentación que se repite en toda la Biblia. «Pensad esto: a Dios no le costó mucho trabajo liberar al pueblo [de Israel] de Egipto». Pero eliminar la idolatría, arrancar el Egipto que llevaba en su corazón, es su «gran trabajo»; una misión que continúa hasta hoy.

Esta labor de Dios con el hombre da un paso más en Jesucristo. Aceptándolo a Él, que de rico se hizo pobre hasta morir crucificado y despojado de todo, reconocemos que nuestra «debilidad no es la desgracia de la vida humana —ha asegurado Francisco—, sino la condición para abrirse a quien es verdaderamente fuerte. La salvación de Dios entra por la puerta de la debilidad».

Al término de la audiencia general, el Papa recordó la memoria litúrgica de santo Domingo de Guzmán y la fiesta, el 9 de agosto, de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), copatrona de Europa. «Mártir, mujer de coherencia, mujer que busca a Dios con honestidad, con amor —ha dicho— y mujer mártir de su pueblo judío y cristiano». Y mostró su esperanza de que ella rece y proteja a Europa de la frialdad.