¡Ánimo, hijo, que yo te sostengo!
El pasado fin de semana, el Santo Padre Francisco puso bajo la protección de la Virgen a los hombres del mundo entero, en la jornada mariana del Año de la fe, y ante la talla original de la Virgen de Fátima, donde la Madre pidió la consagración del mundo a su Inmaculado Corazón
«En este encuentro del Año de la fe dedicado a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Su imagen, traída desde Fátima, nos ayuda a sentir su presencia entre nosotros. Es una realidad: María siempre nos lleva a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente»: así empezó el Santo Padre Francisco su catequesis del pasado sábado, con la que daba inicio a la Jornada Mariana que había convocado con ocasión del Año de la fe. Minutos antes, había recibido en la Plaza de San Pedro la llegada de la talla original de la Virgen de Fátima, traída desde Portugal para las celebraciones de estos días. Pocas horas antes, la imagen había sido llevada en procesión por los jardines vaticanos hasta la residencia Mater Ecclesiae, para que el Papa emérito Benedicto XVI pudiese rezar ante ella y participar de la consagración del mundo a la Madre.
Durante la catequesis, el Santo Padre explicó que «Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento de María, de su Sí». Más aún: la encarnación histórica de Cristo en María sigue actualizándose, a otro nivel, pero de forma no menos real, en pleno siglo XXI: «Lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros a nivel espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero, y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en aquellos que le aman y cumplen su Palabra». Por eso, esta consagración a María no es un acto de angelismo desencarnado, sino una forma de comprometer a los hombres y mujeres de hoy, especialmente a los católicos, en la construcción de un mundo que se parezca más al mundo que quiere Dios: «Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que Él pueda seguir habitando en medio de los hombres; ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro de los hermanos; nuestros brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor; nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre todo, ofrecerle nuestro corazón para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios», aclaró. Y que nadie tome al Papa por voluntarista, pues desde la escuela de María enseñó que «esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo. Y así, somos instrumentos de Dios, porque Jesús actúa en el mundo a través de nosotros».
Una consagración en lo esencial
El domingo, tras la Eucaristía, el Papa consagró el mundo a la Virgen, y con ella, Francisco es el cuarto Papa que pone el mundo en las manos de María, después de que Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II hiciesen lo mismo para responder a la petición que la Virgen hizo a los pastorcillos de Fátima, como ha reconocido la Iglesia.
Las actuales circunstancias de la Iglesia –sumida en un proceso de renovación estructural, con la sorpresa de la renuncia de un Papa a la Silla de Pedro, y la necesidad de superar el cansancio de la fe y de recuperar la alegría de evangelizar– habían suscitado cierta expectación ante las palabras del Santo Padre. Y, una vez más, el Papa puso el acento en lo esencial, o sea, en Cristo, cuando el sábado por la tarde se unió por vídeomensaje a distintos santuarios marianos de todo el planeta: «Cuando estamos cansados, desanimados, abrumados por los problemas, volvámonos a María, sintamos su mirada que dice a nuestro corazón: ¡Animo, hijo, que yo te sostengo! La Virgen nos conoce, es madre, sabe cuáles son nuestras alegrías y dificultades, nuestras esperanzas y desilusiones. Cuando sintamos el peso de nuestras debilidades, de nuestros pecados, volvámonos a María, que dice a nuestro corazón: ¡Levántate, acude a mi Hijo Jesús! María nos dice: Haced lo que Él os diga; ella indica el camino a Jesús, nos invita a dar testimonio de Jesús, nos guía a su Hijo Jesús, porque sólo en Él hay salvación».
Bienaventurada María, Virgen de Fátima,
con renovada gratitud por tu presencia materna
unimos nuestra voz a la de todas las generaciones
que te llaman bienaventurada.
Celebramos en ti las grandes obras de Dios,
que nunca se cansa de inclinarse
con misericordia sobre la Humanidad afligida por el mal
y herida por el pecado, para sanarla y salvarla.
Acoge con benevolencia de madre
el acto por el que nos ponemos hoy bajo tu protección
con confianza, ante esta tu imagen
tan querida por todos nosotros.
Estamos seguros de que cada uno de nosotros es precioso a tus ojos
y que nada te es ajeno de todo lo que habita en nuestros corazones.
Nos dejamos alcanzar por tu dulcísima mirada
y recibimos la caricia consoladora de tu sonrisa.
Protege nuestra vida entre tus brazos:
bendice y refuerza cada deseo de bien; reaviva y alimenta la fe;
sostiene e ilumina la esperanza; suscita y anima la caridad;
guíanos a todos nosotros en el camino de la santidad.
Enséñanos tu mismo amor de predilección hacia los pequeños y los pobres,
hacia los excluidos y los que sufren, hacia los pecadores
y hacia los que tienen el corazón perdido:
reúne a todos bajo tu protección y a todos entrégales
a tu Hijo predilecto, el Señor Nuestro, Jesús. Amén.