Animal. Animales irracionales - Alfa y Omega

Animal. Animales irracionales

Isidro Catela
A Antón no dejan de sorprenderle los excesos de algunos dueños.
A Antón no dejan de sorprenderle los excesos de algunos dueños. Foto: Netflix.

Luis Zahera (As bestas) es un animal escénico. Lo intuíamos por la capacidad que de él conocíamos hasta ahora, resumida en unos cuantos papeles prodigiosos en los que el drama no daba respiro. Ahora, lo corroboramos en una comedia a la gallega, que está reventando las audiencias de Netflix y que habla, entre otras cosas, de esos animales, en teoría entrados en razón, que queremos pintar las uñas a nuestra mascota o aparecemos por el veterinario porque sospechamos que el conejo que tenemos en una jaula, en un piso, tiene depresión. La serie está hecha a mayor gloria de Zahera, que borda el personaje de Antón, hasta que lloremos de risa o nos pellizque la angustia que arrastra porque no puede con su vida de veterinario rural reconvertido a galeno de mascotas en una tienda-boutique, donde podemos encontrar de todo para nuestros perrihijos. Le acompañan, en nueve episodios de algo menos de media hora de duración cada uno, un grupo de actores en estado de gracia. Sobresale Lucía Caraballo, maravillosa en el papel de su sobrina, encargada de la megatienda de marras. De fondo, paisajes gallegos que quitan el hipo y el contraste entre la vida rural y el ajetreo urbano, o entre los boomers y la generación de Tinder. Hay también subtramas de corruptelas ganaderas y abusos laborales, todo envuelto en un tono de comedia melancólica que funciona muy bien.

Detalle del cartel de la serie
Foto: Netflix.

Por supuesto, es Netflix y no pueden faltar algunos pequeños peajes a la corrección política. Pero es tal el atrevimiento y el acierto al retratar con gracia nuestros irracionales excesos para con los animalillos de compañía que, en conjunto, es una apuesta que está muy por encima de la media.

Lástima que al plantear las preguntas decisivas de una vida que a veces se deshace como la tortilla de Betanzos, se quede en pegarle cuatro gritos al paisaje desde un puente. Decía Nietzsche que, cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. Aquí no hay lugar para cuestiones mayores, en parte por el propio formato y, sobre todo, porque se le cortan las alas a cualquier planteamiento que vaya más allá de cerrar círculos y de ajustar cuentas con la vida (animal).