Amor Pan: «El personal sanitario está muy quemado»
El coordinador del Observatorio de Bioética de la Fundación Pablo VI presentó el martes su obra Bioética en tiempos del COVID-19
En la introducción de su libro se muestra algo pesimista ante algunos aspectos del desarrollo de la pandemia, pero también apela a la esperanza. ¿Por qué una cosa y la otra?
No soy pesimista, que es el que ya está derrotado y ve todo negro. Tampoco soy optimista, porque veo que el cambio es posible pero muy difícil. Necesitamos disciplina social y autodisciplina, pero llevamos años educando en el subjetivismo y el libertinaje y diciendo que el control y las virtudes son carpetovetónicos, y además identificándolos con el catolicismo. Pero sí estoy abierto a la esperanza. Utilizando una frase de Julián Marías, afirmo que por mí que no quede. Y apelo a que otros muchos unan su voz a este esfuerzo y no nos dejemos robar el sueño de que podemos organizar de otra manera.
Incluso las partes más actualizadas del libro se han quedado atrás, síntoma de que, como dice, se está haciendo bioética mientras caminamos. ¿Cómo hacer frente a este reto en las actuales circunstancias?
Hay que tomar decisiones en el momento en que tenemos el problema, no dejar que se pudra ni posponerlas indefinidamente. Y se deben tomar, como dijo Aristóteles, repitió santo Tomás y recuperó la bioética en el siglo XX, a través de la prudencia y la humildad como condiciones necesarias de deliberación. No podemos caer en en tomar decisiones precipitadas sin ponderar los datos y valores implicados. Pero ha habido este decisionismo por parte de los gobernantes
En abril valoró muy positivamente la actuación del personal sanitario. ¿Mantiene este juicio?
El personal sanitario sí estuvo a la altura de las circunstancias de una manera sobresaliente. También, por primera vez, el Comité de Bioética de España, que fue muy ágil para responder a las asociaciones que proponían que se racionaran los respiradores según criterios utilitaristas. El problema es que en una pandemia las decisiones fuertes son las macro. Y ahí no se ha acertado, y estamos pagando el precio. La segunda oleada vino antes de lo inicialmente previsto porque el desconfinamiento se hizo muy rápido, todo era una guerra de los presidentes autonómicos para ver quién salía primero y llevarse al agua el gato del turismo. Y el personal sanitario está absolutamente quemado, defraudado y en muchos casos deprimido.
¿Por qué?
Después de darlo todo en marzo y abril, con el consiguiente desgaste y con un coste de vidas, todas las promesas que se les hicieron no se han cumplido, a nivel general (aunque en Galicia están muchísimo mejor que en Madrid). Se prometieron más médicos y no se han enviado. Y también porque ven que muchos ciudadanos han pasado del aplauso a la recriminación por cosas que no entran dentro de la responsabilidad de los médicos, como el colapso de los centros de salud o los protocolos que dicen que se atienda telefónicamente. Los pacientes están proyectando esa ira en los facultativos, y eso les duele.
¿Servirá esta pandemia para poner de relieve que la gestión sanitaria también es parte de la bioética?
La gestión sanitaria tiene implicaciones en la bioética, y al revés. En nuestro país, a pesar de que la bioética llegó casi al mismo tiempo que nació en Estados Unidos, esto no se ha tratado mucho. En primer lugar porque nuestros políticos y gestores nunca se la han tomado en serio, por desgracia, y han pensado que la gestión era una cosa técnica y los éticos no tenían nada que aportar. Y además, bastantes bioeticistas se han centrado mucho en la bioética más clínica y menos en la social. El principio de justicia ha sido el gran olvidado.
Uno de los grandes aciertos del Papa Francisco y de monseñor Vincenzo Paglia, y razón por la que se puso en marcha el Observatorio de Bioética en la Fundación Pablo VI, ha sido reivindicar este carácter social y, en el caso católico, unirlo a la doctrina social de la Iglesia.
¿Dónde nos llevaría gestionar la sanidad desde la bioética?
Creo que este momento es un kairós, pero para que sea fecundo hay que aceptar el llamamiento y tener humildad y coraje. Lo primero que habría que hacer sería suscitar una ética de las virtudes y recuperar cosas tan elementales (pero que han desaparecido del panorama sanitario) como la humildad, la prudencia, la templanza y el coraje. Solo en ese clima puedes dar el siguiente paso, que es preguntarte qué ha pasado, por qué y qué hay que cambiar.
Y luego hay que repensar el modelo sanitario y el modelo de atención y protección social de los ancianos. Tenemos un modelo pensado para enfermos agudos y no para crónicos, y hospitalocentrista. Y eso hoy no funciona. Hay que conjugar tener buenos hospitales con una magnífica atención primaria, porque la cargamos cada vez de más cosas pero no le damos recursos. Y hay que mejorar la coordinación de esta con el hospital.
En paralelo, hay que repensar la atención a los ancianos. El modelo de las residencias, que se diseña en los 80, está pensado para un 20 % de ancianos dependientes y un 80 % de válidos. Ahora la proporción es la inversa, y eso explica en gran medida lo que ha pasado: no había médicos ni camas medicalizadas (por ejemplo con toma de oxígeno y una enfermera que pudiera poner un gotero), y el personal está muy mal pagado, por lo que no encuentran. Quedan pocas monjas, y mayores, y se les está exigiendo un esfuerzo sobrehumano al que no llegan. Seguimos actuando en clave de beneficiencia y asistencialismo.
A algunas personas les cuesta entender que todavía no haya una vacuna.
La gente tiene mentalidad mágica. El desarrollo de una vacuna o un tratamiento tiene que seguir unos pasos. Si nos equivocamos en un tratamiento, le fastidias la vida a unos cuantos pacientes pero no a la población sana. Pero si te equivocas con la vacuna, el desastre puede ser sideral, porque vas a vacunar a cientos de millones de personas. Todos los científicos están diciendo que hay que tener mucha precaución. Pero existe una batalla por ver quién llega primero, con intereses electorales y de geoestrategia, no solo económicos.
¿Entonces no se está haciendo con el sentidiño que pide en el libro?
Yo hago un voto de confianza por los científicos, pero reconozco que están muy presionados y apelo, como ellos, al sentido común y a que los dejemos hacer. Se está acelerando porque hay mucha inversión detrás y porque algunos gobiernos y grandes farmacéuticas han corrido un enorme riesgo. En China y Rusia, aunque digan que no, obligando a gente a probar la vacuna. Y en Occidente empezando a fabricar masivamente componentes de las vacunas para que en el momento que se le dé luz verde disponer de millones de dosis. Si no se puede usar, todo eso hay que tirarlo.
En el ámbito internacional han surgido plataformas de intercambio científico. ¿Son interesantes también de cara a otras investigaciones en el futuro?
Yo soy un firme partidario de todas las iniciativas que generen estructuras eficaces de cooperación y solidaridad. Pero han sido muy criticadas porque desde el primer momento entró con mucho dinero la fundación de Bill Gates y algunos empezaron a decir barbaridades. Trump tampoco quiere ni oír hablar de eso porque «América primero»… Por eso el director de la OMS agradeció al papa que dijese que nadie se salva solo, que es necesaria la cooperación y que la vacuna tiene que estar a disposición de todos.
¿Cómo encaja con la situación actual que en España se haya seguido tramitando la eutanasia?
A mí me produce una profunda tristeza porque evidencia una vez más que nuestros políticos no han entendido absolutamente nada. Ya era una deriva ideológica en el contexto anterior, y mucho más en este. Se justifica por una demanda social que no hay. Lo que se pide es unos buenos cuidados paliativos, que no ofrecemos. Y se ampara también en que será una petición libre y voluntaria del enfermo. ¿Qué libertad puede haber en un enfermo al que no damos la atención que su situación demanda?
Ha mencionado antes el papel de la sociedad. ¿La bioética también es cosa de los ciudadanos?
Desde sus inicios, Van Rensselaer Potter la entendió como una bioética ciudadana. Toda ética busca transformar la realidad. Nos tenemos que implicar en el cambio social, pero hay mucha pasividad. Tenemos que movilizarnos y estar preocupados por estas cosas. No para reivindicar, denunciar o indignar; eso es un primer paso radicalmente insuficiente si no das los siguientes: analizar qué ha sucedido, qué queremos como sociedad, qué necesitamos y cómo vamos a conseguirlo. Pero la gente no quiere reflexionar ni complicarse la vida. Es la maldición del cortoplacismo. Por eso he escrito este libro para que no resulte académico. Como dijo Julio Martínez, rector de la Universidad Pontificia de Comillas, en una tercera de ABC, es la hora de la bioética. Nos jugamos el futuro de una civilización decente.
En su libro recoge íntegros los dos documentos que ha sacado la Pontificia Academia para la Vida. ¿Qué papel ha jugado durante la pandemia?
Uno muy bueno, porque ha sido muy ágil y ha tocado los palos que tenía que tocar, compaginando lo confesional con lo más amplio. Son un punto de encuentro. También se está reflejando mucho en redes y mediante webinars. Monseñor Paglia estuvo acertadísimo. Fuera de nuestro país han tenido bastante eco, porque además los relatores de los documentos son dos grandísimos bioeticistas con una proyección internacional muy amplia. Tiene que ser un orgullo para los católicos que esta gente esté detrás. Después, en nuestra pobre España, la acogida ha sido mísera. Por eso me sentí obligado a ponerlos íntegramente.
También introduje muy conscientemente un capítulo dedicado a acompañar desde la fe. Quiero que en un libro de bioética se hable de esto, porque estoy cansado de los anticlericales. En el primer libro de bioética, el de Potter (que era agnóstico) ya se citaba. Quiero reivindicar este papel, sobre todo en este momento de dolor que vivimos.