Atleta paralímpico: «Venía de ser un triple campeón y en el albergue de Cáritas no tenía nada» - Alfa y Omega

Atleta paralímpico: «Venía de ser un triple campeón y en el albergue de Cáritas no tenía nada»

Amelio Castro Grueso, ganador de tres medallas de oro en Colombia, su labor con jóvenes lo llevó a huir del país y estuvo a punto de lograr una medalla en los Juegos Paralímpicos de París mientras vivía en un albergue de Cáritas

Javier Martínez-Brocal
Amelio Castro Grueso
Foto: Javier Martínez-Brocal.

Entre los 6.000 atletas que participaron en el Jubileo del Deporte estaba Amelio Castro Grueso, del Equipo Paralímpico de Refugiados. Tras perder la movilidad en las piernas en un accidente y ser abandonado por su familia, salió del hospital decidido a ganar una medalla de oro. Estuvo a punto de conseguirlo en París el año pasado. Pero antes tuvo que escapar de su Colombia natal y vivir en un albergue de Cáritas en Roma. 

Tiene 33 años, pero ya le han pasado muchas cosas.
—Nací en 1992 en el mejor país del mundo, Colombia, y tuve la fortuna de una niñez maravillosa. Luego empezaron las situaciones difíciles, como la pérdida de mi madre cuando yo tenía 16 años. Fue asesinada en una situación tan compleja que no tendría palabras para expresarla. Después, con 20 años, tuve un accidente de tráfico y perdí la movilidad en las piernas. Para mí no fue tan duro el accidente como ver que mi familia gradualmente se olvidaba de mí y me dejaba en el hospital. No se interesaron en ayudarme. Pero esa experiencia me permitió acercarme a la fe. En medio de toda esa soledad tuve la gracia de conocer a Dios. 

¿Qué vivió en el hospital?
—Siempre he sido católico, pero allí entendí que Dios siempre está a tu lado. Quizá no como nosotros esperamos. Aprendí que Dios actúa y no te explica. Y una vez empecé a comprenderlo ha sido maravilloso, porque lo siento en cada paso, en cada persona. Su gracia me ha traído a Italia, a los Juegos Paralímpicos, y a usar mi historia como inspiración. 

¿Cuándo se convirtió en deportista profesional?
—Empecé a escribir un libro para motivar a las personas en situaciones difíciles. Pero me di cuenta de que debía hacer algo más que contar que había caído y me había alzado. Pedí a Dios la posibilidad de hacer deporte y poder ganar una medalla. Y en Cali conocí la esgrima. Obtuve tres medallas de oro, siempre fui el número uno. También, en mi primera salida internacional gané un oro en sable y una plata en espada contra el campeón olímpico de Brasil. 

Entre tantos éxitos, ¿por qué vino a Italia?
—En Colombia hacía mucho trabajo social con jóvenes y eso empezó a generar conflictos con ciertos grupos. Yo trataba de convencerlos de que hicieran las cosas bien, cuando otros trataban de convencerlos de que las hicieron mal. Eso me generó problemas y tuve que salir. Me vine sin nada. Llegué al aeropuerto y la gracia de Dios me permitió encontrar a una chica a la que la empresa donde trabaja le acababa de dar un coche y me recogió. Por eso digo que soy un chico que camina tratando en lo posible de hacer los sacrificios que agradan a Dios, y Él nunca ha dejado de darme los recursos necesarios. 

Pasó de estrella del deporte a vivir en un albergue para personas sin hogar.
—Yo venía de ser un triple campeón que económicamente estaba en una posición privilegiada. En el albergue de Cáritas no tenía nada. Fue un contraste. Lo viví como una oportunidad para compartir mi experiencia con personas a las que podía inspirar para seguir luchando o para volver a luchar. Un uruguayo que dormía en la calle me admiraba mucho. Me decía: «Vos sos loco, ¿cómo haces esto?». «Si yo puedo, usted tiene que poder, porque tiene mejores condiciones. El solo hecho de caminar ya le da una posición mejor», le respondía.

Siguió entrenando, pero tenía que desplazarse en transporte público.
—No tengo otra forma. Tengo un sueño y he visto que Dios me da los instrumentos para realizarlo. Por tanto, no me pararé hasta obtener los resultados o hasta que Él me dé la señal de parar. 

¿Cómo surgió la ocasión de entrar en el Equipo Paralímpico de Refugiados?
—Parecía imposible, pues estábamos a seis meses de los Juegos de París. La puerta estaba cerrada, pero yo no dejaba de intentarlo. Al final me clasifiqué. Nunca perdí la esperanza y por eso iba a entrenar incluso si llovía. Y cuando me dieron la oportunidad, estaba preparado. 

Con el Papa
Amelio Castro Grueso con León XIV

En el marco del Jubileo del Deporte, Castro participó en un congreso organizado por el Augustinianum y el Dicasterio para la Cultura y la Educación. También pudo saludar al Papa León XIV. En consonancia con su experiencia, al clausurar la cita el Santo Padre afirmó que «perder es importante, porque al experimentar esta fragilidad nos abrimos a la esperanza».

¿Cómo fueron los Juegos Paralímpicos?
—La mayoría de atletas del equipo ya no viven la vida de refugiados. Pero yo sí que aún vivía en un centro de acogida. Mi comida era la que se servía, no una dieta especial. Me emocionó dar voz a esos chicos del centro de acogida y motivarlos. Cuando regresé, decían: «Estuvimos siempre siguiéndote». «Si yo puedo, ustedes pueden», les decía.

¿Conoció a atletas españoles?
—A la esgrimista española Judith Rodríguez, que ganó el bronce. Compartimos sesiones de entrenamiento. Es un ejemplo porque quizá no tiene la preparación que da la escuela italiana, pero tiene mucho más coraje. Por eso no la gana nadie. Yo podría tener mejor técnica, pero su coraje y valor son tan fuertes que te supera.

Se quedó a las puertas de ganar una medalla. Recuerdo que dijo: «En París perdí, pero he ganado siempre».
—Cuando pierdo, gano siempre. No solo en París. Siempre aprendo. Si pierdo y no me doy cuenta de por qué perdí es un problema; pero si lo descubro es una victoria, porque empiezo a trabajar en esas situaciones. Lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Y para mantenerse tienes que perder muchas veces, saber cómo gestionar las emociones cuando te van ganando y luego remontar. 

¿Ahora para qué se está preparando?
—Para los Juegos Paralímpicos de Los Ángeles 2028. Aunque ya en septiembre tenemos el Mundial de Corea. Esperamos conseguir buenos resultados. 

¿Se ha reconciliado con su familia?
—No puedo decir que amo a Dios si no logro amar a quienes tengo cerca. Creo que mi cuerpo es un templo donde habita Dios, pero para que Él habite en mí, tengo que estar separado del odio, del rencor, de esas cosas que emocionalmente me desequilibran. Yo no odio a nadie. Por eso trato de tener una buena relación con la familia.