Al borde del martirio - Alfa y Omega

Al borde del martirio

Fray Damián, actualmente en el monasterio de Oseira (Orense), tiene ya 94 años, pero en sus recuerdos permanecen aún vivas muchas escenas compartidas con quien, dentro de tres días, será proclamado santo en la plaza de San Pedro, del Vaticano. En esta página hace públicos dos episodios muy poco conocidos de la vida del Hermano Rafael

Damián Yáñez Neir
Monasterio de San Isidro de Dueñas, en Palencia.

El próximo domingo, 11 de octubre, va a ser canonizado en Roma por el Papa Benedicto XVI este monje de la Trapa de San Isidro de Dueñas (Palencia), cuya fama se halla extendida por todo el mundo. Hoy vamos a descubrir dos episodios de su vida casi ignorados por completo, conocidos únicamente por quien los cuenta, que estuvo al lado del nuevo santo en ambas circunstancias.

1º de mayo de 1936

La situación de España cambió bruscamente en 1934 a raíz del triunfo de las elecciones de febrero por parte del Frente Popular. Algo había mejorado el año anterior, después del desbarajuste bochornoso de la quema de conventos, colegios, iglesias, asesinatos a mansalva por todos los caminos de España que se siguieron al estallido de la Segunda República, ante el triunfo tenido por las derechas en 1933. Al apoderarse de nuevo el triunfo de las izquierdas, en febrero de 1936, otra vez volvieron las masas obreras a seguir consignas envenenadas. Ciñéndonos a nuestra situación de monjes en la Trapa de Dueñas, vamos a situarnos en el 1º de mayo de dicho año 1936. Esa fecha era considerada entonces como la fiesta del obrero, en la cual se cometían desmanes de todo tipo. Precisamente en esas fechas se hallaba en el monasterio el hoy Beato Rafael, practicando una segunda prueba monástica, después de pasar dos años en el hogar paterno de Oviedo, reponiéndose de su enfermedad crónica. Por mi parte, con 19 años, me hallaba cumpliendo mis votos temporales. El 30 de abril, el abad convocó a toda la comunidad a capítulo para comunicarnos una noticia: al día siguiente, primero de mayo, estaba convocada una concentración de centenares de obreros extremistas, en una explanada, frente al monasterio, donde iban a reunirse, hacer discursos, propuestas revolucionarias… Y terminar con algo que sonara tanto o más que la campana de Huesca, como podía ser, por ejemplo, prender fuego al monasterio, con sus setenta u ochenta monjes dentro.

El hermano Rafael.

Los Superiores dieron órdenes severísimas: que se cerraran bien puertas y ventanas, que nadie se asomara a ellas ni se moviera, aunque oyeran caer todos los cristales de las ventanas, que no se tocaran las campanas… Afortunadamente, a última hora de la tarde llegó una orden –ignoro de quién– mandando que se disolviera la concentración sin ocasionar la menor molestia a los monjes. A veces pienso que entre aquellos monjes, encerrados allí con bastante miedo, había un alma de selección, un verdadero santo, el Beato Rafael Arnáiz Barón que está en los altares, quien pasó la mayor parte del tiempo paseando por los claustros con su rosario bajo el brazo, y cada poco acudía al templo a postrarse ante el Sagrario. Sin duda, Dios escuchó la oración de aquel santo monje y nos salvó la vida a todos.

18 de julio de 1936

Estalló el Movimiento Nacional. La comunidad de la Trapa trataba de llevar su vida de absoluto alejamiento de todo conflicto, y sólo llegaban al monasterio las distintas fricciones que se entablaban entre los dos bandos irreconciliables. Entre aquel noticiero variopinto, llegó al monasterio una noticia que, de nuevo, nos llenó de pavor. Nos enteramos de que la ciudad de Palencia había caído en poder el ejército nacional, a la par que la ciudad de Dueñas, a la que pertenecía el monasterio, llegaban rumores de que los extremistas tenían planeado preparar una gran hoguera en la plaza principal, situada en el centro de la ciudad, para asarnos a los monjes de la Trapa juntamente con los dos o tres sacerdotes que servían a la parroquia, y unas ocho o diez religiosas de enseñanza.

De nuevo, la mano de Dios veló por sus siervos, librándoles de todo mal. ¿De qué manera? Pronto supimos que un capitán del regimiento de Palencia –si mal no recuerdo apellidado Lobo–, una vez segura la ciudad en poder de las fuerzas nacionales, tomó un piquete de soldados, armados, y una pequeña pieza de artillería, y se dirigieron a Dueñas. Emplazaron la batería antes de llegar a la ciudad; disparó dos o tres obuses, y al oír los disparos, aquellos defensores del pueblo huyeron. Entre el grupo designado para asarnos, se hallaba fray María Rafael Arnáiz Barón, que sin duda fue escuchado otra vez por Dios, porque no le quería mártir derramando su sangre por amor suyo, sino con otro género de martirio incruento, pero de trascendencia suma, el de un amor abrasado a Cristo, a María y a la Iglesia.