El arquero salesiano que documentó las persecuciones en Japón
El italiano Mario Marega descubrió en el país nipón el mayor archivo de documentos del período feudal que marcó la persecución religiosa contra los cristianos
El mayor archivo documental del Japón feudal que se conserva fuera del país nipón se encuentra en la Biblioteca Apostólica Vaticana, en Roma. Se trata del denominado Fondo Marega, en homenaje al misionero salesiano Mario Marega, que durante 40 años reunió pacientemente miles de documentos y los unificó en el archivo al que da nombre.
Son cerca de 10.000 los documentos que fueron reunidos por el salesiano desde 1953, entre libros, actas notariales, cartas y fotografías. Muchos de ellos están escritos en papel de arroz y son tan delicados que solo pueden ser manipulados con guantes especiales. Todos constituyen una excepcional fuente de información sobre la vida en Japón desde el siglo XVII hasta el XIX, sobre todo en lo relativo a la vida de las comunidades cristianas.
El cristianismo llegó a Japón en 1549, y gracias a uno de los textos encontrados se sabe que cuatro nobles japoneses se dirigieron a Roma en 1585 para asistir a la elección del Papa Sixto V. Sin embargo, buena parte de los documentos habla de la persecución ordenada en los siglos XVI y XVII contra la nueva religión, y describe en particular el martirio de los 26 cristianos de Nagasaki, lo que llevó a la prohibición del cristianismo en 1612 y a la proliferación de comunidades clandestinas.
Nacido el 30 de septiembre de 1902 en Lucinico (Italia), hijo de un albañil y un ama de casa, Mario huyó con su familia durante la Primera Guerra Mundial y acabó como refugiado en Viena. A su vuelta a Italia estudió con los hijos de Don Bosco en Turín, ciudad donde emitió sus votos como salesiano en 1919. El 23 de octubre de 1929 partió de Venecia hacia Japón, donde la obra salesiana estaba establecida desde hacía solo tres años. Marega aprendió rápidamente la lengua y la cultura japonesas, cuyo estudio alternaba con una intensa actividad misionera: catecismo, sacramentos, visitas a las pequeñas comunidades cristianas…
En Oita fundó un jardín de infancia y levantó una iglesia, y allí fue apresado durante la Segunda Guerra Mundial, siendo en un campo militar desde donde vio elevarse el humo del impacto de la bomba arrojada sobre Hiroshima en 1945. Tras la contienda volvió a su país, pero regresó a Japón en 1948, trabajando hasta su regreso definitivo a Italia en 1974, donde murió cuatro años después.
Entre los documentos hallados por el salesiano se pueden encontrar nombres de mártires, pruebas de apostasía forzada a la que fueron obligados los fieles, y certificados de fe budista firmados a la fuerza.
El mismo padre Marega reconocería en una carta que recopiló todos estos documentos «cuando fui a las montañas a buscar las tumbas de los mártires. Los maestros de las escuelas, que ya me conocían, me hicieron de guía y me llevaron a los documentos».
Desconfianza inicial
Pero no fue tan fácil. Cuando Mario Marega llegó a Japón en 1929, sintió una cierta desconfianza entre el pueblo japonés. Poco a poco, unió a su labor apostólica su interés por la cultura local. Así, pasó de estudiar libros antiguos de cultura japonesa en su habitación a publicar artículos y libros sobre sus hallazgos: la relación con la naturaleza, la figura imperial, las fiestas sintoístas, el culto a los muertos, la comida…
«Cuando los japoneses vieron los libros impresos en italiano, todo el ambiente cambió de repente. Fui invitado a todas las escuelas, a todos los círculos. Los profesores de secundaria querían escuchar conferencias sobre poetas latinos. Las escuelas normales querían conferencias sobre Aristóteles. Las escuelas secundarias querían escuchar sobre el arte europeo. Y siempre aceptaba. Cuando la gente se enteró de mi trabajo en los periódicos japoneses, comenzó a venir a la misión», contó Marega.
En 1939 fundó una revista científica sobre la cultura japonesa, al mismo tiempo en que se convertía en un disciplinado practicante de Kyūdō, el arte del tiro con arco vinculado al desarrollo espiritual de quien lo lleva a cabo, hasta el punto de que escogió la imagen de un arquero como su ex libris.
Pero la pasión principal del salesiano fue el descubrimiento de los documentos relativos a los mártires japoneses, hasta el punto de reconocer que «cuando todos estos mártires estén inscritos en el catálogo de los santos, podré decir que mi mayor deseo se habrá hecho realidad».