Ahora, la penitencia
Desde el pasado domingo, y visto lo visto, no puedo evitar, junto a mi mujer, un cierto regomeyo por no haber votado. Pedimos el voto por correo con un mes de antelación, aguantando largas colas para rellenar los oportunos impresos dirigidos a la Junta Electoral Central. Pasaron los días y las semanas, pero no recibimos nada y, con cierta angustia cívica, nos fuimos… Así que dos votos menos. ¿Para quién iban destinados? No vale ya la pena decirlo porque en nada hubiesen cambiado el sentido del escrutinio. Además, nuestros obispos, como era de esperar, no han querido orientar el sentido del voto a los católicos, acostumbrados como estamos a navegar en un mar de sargazos.
Por otro lado, ningún partido se ha merecido que hagamos siquiera un adecuado examen de conciencia antes de elegir la papeleta. Era cuestión de elegir al menos malo y para eso no había que hacer ningún esfuerzo. Dicen por ahí algunas encuestas que muchos católicos han votado no solo al PP que, al menos, ha optado abiertamente por la libertad de enseñanza y por ayudar más a las familias después de olvidarse de tantas promesas sociales. También han votado al PSOE e, incluso, a los populistas y separatistas, tan hábiles en pintar de colores las arcas vacías del bienestar y en llamar progreso a la ideología de género, disfrazada de igualdad. Los católicos somos así, ¿no? Algo acomodados y aburguesados… Pero no faltan los que siempre están en vanguardia, los que tratan de ir al cielo no solo desde Madrid.
No puedo evitar el regomeyo. Dos votos perdidos, dos gotitas de agua, casi nada. Pero eran dos votos pensados para que España no vuelva a las andadas del odio como signo de progreso. Mis padres eran republicanos, pero contrarios a lo que devino la República. No era eso.
Rajoy, a fin de cuentas, ha resistido y ha ganado. Un honor y una responsabilidad. Ahora tendrá que resistir más. Y tendrá que pedirnos más sudor y más lágrimas para remontar, con sus colegas europeos, el signo de los tiempos marcado por el brexit. Cierto que no tenemos en Europa estadistas a la altura de Schuman, Adenauer o De Gasperi, inspirados en el humanismo cristiano como hilo conductor de la paz… Nos toca la penitencia de ver qué hacen los ganadores con la limosnita del puñado de votos recuperados.