Afilada y cordial - Alfa y Omega

Hace pocos días tenía lugar una nueva edición de EncuentroMadrid, un evento difícil de etiquetar donde se observa que el diálogo y la amistad entre católicos y gentes de otras matrices culturales no tienen por qué ser un eslogan ni un imposible. Asistir, por ejemplo, al diálogo con el politólogo Michael Ignatieff sobre la confianza y el bien común, muestra hasta qué punto un intelectual ilustrado que no está bloqueado por los prejuicios puede reencontrarse con la raíz cristiana de muchas de sus tesis, pero también plantear escenarios e interrogantes que desafían a nuestra mirada de fe sobre este mundo.

Los católicos que promueven este evento no esconden su identidad, la ofrecen sin complejos ni pretensiones. No plantean una guerra cultural, pero tampoco la adaptación al espíritu del tiempo ni la evasión escatológica. Es una presencia culturalmente afilada, pero a la vez curiosa, abierta y cordial. No se sitúa en la denominada opción benedictina y tampoco participa de la corrosiva lamentación del llamado progresismo. No contrapone el testimonio de la caridad y la elaboración cultural, que se reclaman mutuamente. Se ama la tradición, pero no como un objeto arqueológico sino como un río que debe hacerse nuestro en el presente. No hay sombra de nostalgia del antiguo régimen ni falsas ilusiones sobre la tecnología o la política, que sin embargo han sido convocadas a interesantes debates. Ni se cavan trincheras ni se cede a las imposiciones de los poderes del momento. Una presencia cristiana incidente no tiene por qué que ser naíf ni mal encarada.

No es fruto de un diseño de laboratorio sino del camino de un pueblo, ya con varias generaciones. Un pueblo crece gracias a personas concretas que viven la fe y la comunican: pertenencia, testimonio y educación tejen ese tapiz. Con todas las limitaciones de la modalidad telemática impuesta por las circunstancias, esta edición deja el regusto de que la amistad cívica de la que habla Francisco en Fratelli tutti no es una utopía sino un camino que es posible recorrer. Y hace evidente el valor de la libertad religiosa para construir una ciudad común más justa, armónica y acogedora.