La adolescencia suele pasarse con el tiempo, pero si ven la serie de la que todo el mundo habla, va a tardar mucho en pasárseles la conmoción. Adolescencia le ha mostrado a Netflix el camino: no hace falta inundar la plataforma de basura para conseguir audiencia. Claro que incluso Adolescencia, que es una joya rodada en cuatro planos secuencia de casi una hora de duración cada uno, coquetea con el wokismo para ser inclusiva a los ojos del mundo; pero no lo necesitaba. Tal vez los creadores de la estupenda serie piensen que nosotros sí. Peor para ellos. Ni así han conseguido estropearla.
Aunque es posible que ya la hayan visto, o que algo les hayan contado, es preferible que yo aquí sea discreto y que les cuente lo mínimo. Adolescencia es una serie incómoda, un golpe bajo de mucha altura cinematográfica. Nos saca los colores como hijos y como padres y con la excusa de radiografiar a Jamie, un adolescente que es acusado de asesinato, nos pasa los rayos X a cada uno de nosotros, espectadores abrumados ante el caudal emocional que se nos viene encima.
El primer capítulo nos cuenta la detención inesperada del muchacho y resuelve la cuestión de si es culpable o inocente (importa, pero no es el asunto mollar). El segundo es un viaje al infierno de un colegio de secundaria en el que, a veces, no queda más remedio que escapar y salir corriendo por la ventana. El tercero es un duelo a la sombra entre el adolescente protagonista y su psicóloga. Brutal. Y el cuarto, una vuelta a la vida cuando la vida se nos ha roto en mil pedazos y la pregunta por aquello que hemos hecho mal no nos deja ni respirar. Todo ello para coser un tapiz con hilos magistrales acerca de los mundos paralelos en los que, a veces, vivimos padres, hijos y profesores, sin que haya encuentros verdaderos y sin que sepamos mucho los unos de los otros. Véanla y pregúntense, con franqueza, cómo pueden ser cada día mejores padres y mejores hijos. Luego, si tienen hijos adolescentes, véanla con ellos. Ojalá que todo termine en un largo abrazo entre unos y otros, todos de alguna manera pródigos y necesitados de volver a casa.