Todavía resuena en los medios de comunicación y tertulias mediáticas el suicidio por acoso escolar de Sandra, la adolescente de Sevilla cuya vida era un infierno por sufrir maltrato continuado por parte de un grupo de compañeras de colegio. Más allá de que parece —solo parece— que pueda ser un punto de inflexión, un me too del acoso escolar, no deja de producirme el mismo deja vu que he sentido otras muchas veces, tras esta sucesión de tragedias en las que los niños, niñas y adolescentes no encuentran otro camino que el suicidio, empujados por un sistema que se protege a sí mismo en vez de proteger a las víctimas y a sus familias.
Después de 20 años presidiendo la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE), no deja de sorprenderme y entristecerme profundamente el nulo conocimiento que tienen la mayoría de los responsables educativos sobre qué es el acoso escolar. Si bien en este artículo vamos a hablar de la figura de los victimarios —esos menores que han aprendido que la violencia es rentable y que es su mejor vehículo de integración social hacia el liderazgo tóxico y deshumanizado—, es necesario conocer las causas profundas de la situación para poder poner remedio ya que, de lo contrario, volverá a ocurrir de nuevo. Y esto no es una profecía; es una certeza.
La principal incongruencia es pensar que un protocolo de actuación es la solución al acoso escolar. Una herramienta administrativa reactiva, que no se abre casi nunca y, cuando se abre es lenta, opaca y sesgada por el propio interés de parte del centro educativo, es un auténtico despropósito. Hay que entender que el acoso escolar se muestra oculto a los ojos de los adultos y que es un proceso sumatorio e incremental; o sea, imprevisible. Para que se entienda mejor, es como si un extintor fuese la solución a un incendio y no fuese necesario utilizar elementos no inflamables, sensibilizar ante los peligros que conlleva el fuego ni entender que puede matar y dejar quemaduras de primer grado para toda la vida. Parece algo inexorable, pero no lo es. AEPAE, con su Plan Nacional para la Prevención del Acoso Escolar —que ponemos a disposición de los colegios y responsables educativos—, sensibiliza, previene, detecta de forma temprana e interviene, protegiendo a la víctima y reeducando al victimario, reduciendo la incidencia del acoso escolar en un 67 % y en un 95 % en víctimas severas desde hace diez años.
Vamos a centrarnos ahora en el victimario, en sus orígenes. Si bien no hay perfil concreto, sí puede haber circunstancias que lo facilitan; entendiendo que, de base, el acosador o acosadora maltratan porque les es rentable hacerlo y tienen una sensación de impunidad que los impulsa a seguir haciéndolo. Se dice, con poco fundamento, que suelen tener familias desestructuradas o violentas; pero no estamos hablando de una violencia normalizada solamente, sino de la repetición sistemática del maltrato hacia la misma persona. No hay que olvidar que ningún niño o niña que se sienta bien consigo mismo maltrataría a otro de forma reiterada.
¿Como pueden los padres detectar que su hijo o hija es un acosador? Por un lado, su actitud retadora de no respetar los límites, el tener poca tolerancia a la frustración y el querer siempre imponer su criterio son circunstancias que lo facilitan, pero no lo determinan. Otra señal de alerta es la aparición de objetos o materiales que no le pertenecen, y que ha podido sustraer a otros compañeros. Los progenitores deben entender que el que su hijo o hija maltrate a sus iguales no los convierte en malos padres, ni debe ser motivo de estigmatización. Son comportamientos disfuncionales que generan un gran daño en las víctimas y que hay que corregir para que no se normalicen.
En nueve de cada diez casos, el acosador o acosadora no recibe ninguna sanción. Y, cuando la recibe, en casos de mayor gravedad, se recurre a la punitiva: la expulsión, que no funciona en la gran mayoría de los casos. El victimario requiere de una sanción reeducativa, que le ayude a empatizar. Que le enseñe que la violencia no es rentable, que sus acciones tienen consecuencias y que tiene que responsabilizarse de ellas. Desde AEPAE realizamos una serie de recomendaciones en nuestro Plan Nacional: que la sanción sea motivada y acorde a la edad, gravedad y reiteración del maltrato; que se ajuste a la tipología del acoso —xenofobia, homofobia, etc.— y que le cueste un esfuerzo.
Por último, y para entender la importancia de la reeducación del acosador o acosadora en el proceso del acoso escolar, podemos destacar que es una acción de justicia restaurativa hacia la víctima, que necesita ver que el sistema le protege y no la deja indefensa. Que el victimario asume su responsabilidad y entiende que hay consecuencias directas y firmes hacia su comportamiento. Y por último, y no menos importante, que el grupo de iguales perciba que hay tolerancia cero ante el acoso escolar.
Tanto el centro educativo como las familias, como el propio sistema, aportando recursos, deben cooperar para que esta reeducación sea posible, porque es una pieza más en la erradicación del acoso escolar.