La Iglesia se hace presente en la tragedia - Alfa y Omega

La Iglesia se hace presente en la tragedia

La crueldad del hombre y los azotes de la naturaleza, esta vez en forma de terremoto en Siria y Turquía, se ceban con la fragilidad

Alfa y Omega

Son las doce de la mañana del día uno después del terremoto. El convento de los franciscanos de Alepo ya tiene 2.000 nuevos moradores y un batallón de voluntarios que llevan desde primera hora cocinando arroz y guisos calientes. Cuando la madre naturaleza ruge y abre sus entrañas la desgracia cae sobre la población; y si es en pleno invierno, peor todavía. Los -2 ºC de la noche a la intemperie requieren el calor y la energía de un buen plato de judías para las miles de personas que han dormido en sus coches o en plena calle, al abrigo de fogatas improvisadas. La cifra de muertos alcanza ya los 16.000. Lo que suma el dolor de la pérdida a la desprotección de ver tu casa en ruinas. Imaginen lo que es ser turco o sirio ahora mismo. «Esta ciudad ya estaba castigada por la guerra, por las sanciones… y ahora con este terrible terremoto», contaba también desde Alepo a Alfa y Omega el marista George Sabé, con la voz quebrada, el mismo día del seísmo. Viven en un país a medio reconstruir, con apenas acceso a la electricidad, con el duelo de las ausencias durante años. Y llega una nueva tragedia. Parece que no haya tregua para los descartados. La crueldad del hombre y los azotes de la naturaleza se ceban con la fragilidad.

Es difícil educar a la razón a la hora de asimilar un mal tan obsceno. Decía Pedro García Cuartango en las páginas de ABC que «por muy religioso que se sea, es imposible entender la tragedia». Creer en Dios no da la llave mágica para aceptar todo el sufrimiento que asola el mundo. Lo que ofrece es la perspectiva de un Padre que creó libres a los hombres y salvaje a la naturaleza. Por eso, cuando a sus queridos hijos los empuja el malo en la puerta del cole o les cae una lluvia intempestiva en la calle, Él está esperando en casa para curarles la rodilla o poner a secar la ropa mojada. Y lo hace a través de los franciscanos y los maristas de Alepo y su olla de judías ardientes.

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