A-con-fe-sio-nal
La capilla de la Autónoma amaneció el pasado miércoles con grandes pintadas de «aborto libre» y «educación laica». Los asaltantes, que también tiñeron de rojo parte del suelo, los bancos e incluso las imágenes, reclamaban «una universidad libre». Pero la verdadera libertad, como recordó el Arzobispado, no se puede entender sin la libertad religiosa.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos subraya que «todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona», dejando entrever que la propia libertad acaba cuando se amenaza la vida de otro, se niega su libertad o se cuestiona su seguridad. Y después recoge «la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado».
En esta línea, la Constitución garantiza la libertad religiosa y, aunque «ninguna confesión tendrá carácter estatal», pide tener en cuenta «las creencias religiosas de la sociedad» y cooperar con las confesiones. España se constituye así como un Estado aconfesional –que no laico–, en el que no hay religión oficial pero no solo no se persigue el hecho religioso, sino que se protege en todas sus dimensiones.
Igual que uno puede declararse ateo o agnóstico, el que cree –sea católico, musulmán, judío, hare krishna, bahaí o lo que quiera– puede vivirlo en su casa y fuera de ella. Puede practicar actos de culto y recibir asistencia religiosa; conmemorar sus fiestas; formarse, o acudir a lugares de culto propios… En entornos por los que pasan personas de todo tipo, como universidades, cárceles u hospitales, e incluso en grandes empresas, hay zonas de ocio y para hacer deporte, salas habilitadas para diversos grupos (asociaciones estudiantiles, sindicatos, etc.), y también han surgido espacios para los creyentes, no solo para los católicos.
Que podamos celebrar la fe con normalidad, en el día a día, y que una inmensa mayoría lo respete, demuestra que España en un Estado aconfesional maduro. Nadie prohíbe que se debata sobre la relevancia del hecho religioso, su presencia en determinados espacios o la conveniencia de caminar hacia un Estado laico; pero atacar al que vive sus creencias es no haber entendido en qué país vivimos y, ante todo, constituye un atentado contra esa libertad que algunos dicen reclamar.