En la bolsa de valores del consumismo las cadenas norteamericanas de hamburguesas cotizan siembre al alza. En estos establecimientos todo funciona con la precisión de una sala de operaciones. Apenas hay sorpresas. El mismo menú en cualquier lugar del mundo. Con o sin kétchup. Todo es previsible en el fast food. O casi todo.
Pongamos que usted viaja cualquier día de estos a Roma. Si puede, intente acercarse un lunes a media mañana a la plaza de Cittá Leonina, a escasos metros de la columnata de San Pedro. Tan solo tiene que doblar la esquina que ve en la fotografía. Allí, desde hace dos meses, una conocida multinacional distribuye comida a las personas sin hogar que deambulan por la zona, gracias al acuerdo con la Limosnería Vaticana y la ONG italiana Medicina Social.
El menú es el mismo que tú y yo hemos pedido tantas veces: una hamburguesa doble con queso, bebida y postre. Uno de estos lunes tuve la oportunidad de contemplar el reparto y pensé en el poder de una hamburguesa que nos hace tan iguales. Cuántas veces cualquiera de estos comensales habría deseado entrar una y mil veces a estos establecimientos para sentir que su vida volvía a ser como la de los otros. Vivir en la calle no los convierte en invisibles. Frente a un sobre de patatas fritas todos reaccionamos de la misma forma.
Me dieron ganas de abrazar al inventor de este mundo perfecto, en el que es posible comer la misma hamburguesa en cualquier lugar de la tierra. Antes de que usted termine de leer este ejemplar de Alfa y Omega, unas 69.000 personas habrán pisado un McDonald’s en todo el mundo. Puede que los únicos sin techo que lo hagan se encuentren en el Vaticano, y que además antes o después se hayan podido pasar por la barbería que funciona muy cerca de allí por indicación del Papa Francisco.
La dignidad se recupera por pequeños grandes gestos, también con una hamburguesa. Lo sabe bien quien ya ha repartido postales con sello, tarjetas de teléfono, sacos de dormir y en agosto les ha llevado a la playa, invitando a pizza en un chiringuito. El mismo que les pidió perdón «por todas las veces que los cristianos delante de una persona pobre miramos hacia otro lado». Francisco sabe que la indiferencia duele más que la pobreza. Volvamos a la hamburguesa. Una fórmula perfecta en tiempos de crisis de valores. Enhorabuena a McDonald’s por esta iniciativa. Aunque solo sea marketing, Aunque nunca nos preguntemos que estamos ingiriendo. Quizás sea lo de menos. Cuando es compartida, siempre sabe mejor.