Si eso ya no se lleva... - Alfa y Omega

Si eso ya no se lleva...

Redacción
Momento de la peregrinación

Querido Santo Padre:

Somos Sara e Ignacio, de 26 años. Ambos nacimos en el seno de una familia cristiana y nos educamos en un colegio religioso.

Nos conocimos hace siete años cuando empezábamos nuestra carrera universitaria de Biología. Desde el principio de nuestra relación, nos dimos cuenta de la cantidad de intereses y valores que teníamos en común.

El pasado 7 de julio —¡por fin!—, tuvimos la gran alegría de contraer matrimonio. Santidad, esta fecha fue, hasta el momento, el día más feliz de nuestra vida. Comenzaba, para nosotros, una historia nueva, única, diferente, una posibilidad excepcional que Dios había preparado con detalle.

Queremos decirle a usted, Santo Padre, que hemos participado en las actividades que, con motivo de la Misión Joven, propuesta por nuestro cardenal, se han organizado en nuestra archidiócesis. Recordamos con mucha alegría nuestra participación en el rezo del Santo Rosario por algunas calles de Madrid. Ese día, todos teníamos muy presentes las palabras del Papa Juan Pablo II: «¡No tengáis miedo a hablar de Él! Pues Cristo es la repuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino». Impulsados por estas palabras, manifestamos por las calles de Madrid que se puede ser joven moderno y profundamente fiel a Jesucristo. Sin embargo, lo que no fue tan fácil era que algunas personas de nuestro entorno laboral entendieran nuestro noviazgo. Oíamos algunos comentarios como: Si eso ya no se lleva… En nuestro entorno, cada día son más los jóvenes que conviven públicamente sin contraer matrimonio, civil ni religioso.

Así vivimos el primer año de Misión, siendo jóvenes, siendo amigos, siendo novios. Habiendo escuchado la vocación de Dios al matrimonio, lo hemos concluido contrayendo matrimonio ante Dios y la Iglesia. Y el segundo año de Misión lo empezaremos siendo un matrimonio joven.

Ignacio y Sara
Madrid

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Momento de la peregrinación

Querido Santo Padre: Me llamo Pedro, tengo 25 años y pertenezco al Camino Neocatecumenal. Soy fisioterapeuta y trabajo como profesor en la Universidad CEU San Pablo. Soy el cuarto de ocho hermanos, seis de ellos presentes hoy aquí.

En la Misión Joven hemos hecho el anuncio del kerigma y de la experiencia de Jesucristo en nuestra vida a los jóvenes de Madrid en diferentes ambientes. En todo Madrid, hemos sido recibidos en 230 colegios, en los que 35.000 alumnos a partir de trece años han escuchado el anuncio de la muerte y resurrección de Jesucristo.

En mi caso, he visitado diversos colegios e institutos, pasando clase por clase con dos compañeros, hablando de tres cosas fundamentales: Jesucristo, la Iglesia y la familia cristiana en nuestra vida. Ha sido importante para mí poder hablar a los profesores y a los alumnos del perdón de mis pecados, de la gran ayuda que ha sido Dios para afrontar la castidad, para levantarme de mis caídas, para reconciliarme con mi hermano, al que no soportaba, y compartir con ellos cómo lo he vivido en la Iglesia dentro de una Comunidad Neocatecumenal.Anunciar esto a los jóvenes me ha parecido imprescindible, porque yo estaba en su misma situación, bebiendo alcohol todos los fines de semana, con un combate muy fuerte con la sexualidad y buscando un sentido a mi vida. Son jóvenes como yo, ni mejores ni peores, y con los mismos problemas, por lo que he pensado que les puede salvar la misma predicación que me salvó a mí.A mí la vida me ha cambiado totalmente en este tiempo; tenía novia y planes de casarme y vivía todo para mí, pero en todo este tiempo de evangelización, acompañado de visitas al Santísimo para rezar el Rosario, he visto claramente la llamada de Dios a dejar trabajo, familia, proyectos…, y entrar en un Seminario Redemptoris Mater para ser sacerdote misionero.

Doy gracias a Dios por haberme hecho partícipe de la Misión Joven, que tanto bien ha hecho a nuestra ciudad.

Pedro Rivas
Madrid

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Santo Padre: Me llamo Almudena, tengo 25 años y soy de la diócesis de Alcalá de Henares. Si pienso en todo lo que ha supuesto este año de Misión, me quedo con una cosa muy personal que el Señor ha puesto en mi corazón: su confianza. He aprendido a fiarme de Él.

Mi diócesis, Alcalá, es joven y sencilla, y comprender el verdadero significado de estas palabras fue para mí el primer paso de toda la Misión.

Ante nosotros se presentaba un gran reto: ¿qué manos estaban preparadas para hacerlo?, ¿quién había dispuesto? Era casi como un ideal muy bonito, pero inalcanzable. Con ayuda de nuestro obispo, don Jesús, comprendí que la Misión más importante para nosotros es abrir nuestra mirada diocesana a la Iglesia universal.

¿Qué hicimos? Escoger una comunidad parroquial que necesitara reavivar su fe y entregarnos por completo a ella. Durante una semana llamamos a cada puerta, invitando a participar en la gran fiesta que es para nosotros la Resurrección, dando, como san Pedro, razones de nuestra fe y mostrando con nuestra vida y con nuestra alegría la presencia de Cristo resucitado.

No resulta fácil hoy en día llamar a una puerta y decir que vienes de parte de la parroquia, porque ¿quién en su casa abre la puerta a gente que viene a hablar de Jesucristo? Con la cruz en la mano llamamos, y unos nos abrieron y nos escucharon, y otros nos cerraron la puerta. Experimentamos con Cristo cómo la luz vino al mundo y no la reconocieron.

Los que participamos en esta experiencia hemos descubierto que podemos dar testimonio con nuestra vida. Dios así nos lo pide y así nos lo ha confiado. Buscar razones para dar a los demás nos ha hecho abrir nuestro corazón a las necesidades de la Iglesia.

Quiero seguir enamorándome de Jesucristo y poder gritar a todo el mundo que no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí.

Almudena López de la Ossa
Alcalá de Henares

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Querido Santo Padre: Mi nombre es Sabina, pertenezco a la parroquia de Santo Domingo de Silos, de Pinto, uno de los pueblos de la diócesis de Getafe.

Todo lo que he vivido durante este último año en la experiencia de la Misión Joven ha consistido esencialmente en abandonarme en manos del Señor, en dejarle a Él hacer en mi vida. Yo sólo me he puesto en sus manos, Él ha hecho el resto.

Muchos, al ver de cerca a jóvenes cristianos, se han dado cuenta de que lo que se les ofrecía era lo que les pedía a gritos el corazón: el vernos unidos, alegres, entusiasmados por Jesucristo, les ha llevado a replantearse muchas cosas, y ha sido el comienzo de no pocas conversiones. ¡Cuántos nos han abierto el corazón y nos han pedido la vida que veían en nosotros, han entrado después de mucho tiempo en una iglesia, han acabado ante el sagrario y en la confesión, han vuelto al corazón de Cristo, al saber que allí estaba el origen de todo lo que veían reflejado en nosotros!

Antes eran muchos los jóvenes cristianos que vivíamos camuflados, pensando que éramos pocos y raros; demasiado parados, o viviendo muy intimistamente la fe. Ahora se ve en muchos de nosotros una osadía y una pérdida de vergüenza, un deseo de dar la cara por Jesucristo, que sólo puede proceder del Espíritu Santo y ser fruto de la Misión.

Otro de los frutos importantes de la Misión ha sido el darnos cuenta de la necesidad que tenemos de formación para dar razón de nuestra esperanza a los jóvenes que nos la piden, para dar respuestas convincentes a las muchas preguntas con las que nos abordan.

Mi experiencia de estos meses me ha llevado a comprobar que sólo desde la intimidad con Cristo se puede salir a proponerlo a los hermanos. La oración y los Sacramentos han sido algo imprescindible para sentir el corazón latiendo al unísono con el de Cristo, y arder en deseos de llevarlo al mundo.

Por todo ello, puedo decir, con María, que mi vida ha sido testigo de las maravillas que el Señor puede hacer con nosotros y a través de nosotros.

Sabina
Pinto (Madrid)