Racine representaba temas trágicos de un período perdido, arcaico, donde la tragedia todavía era posible o incluso necesaria. Sus héroes y heroínas llevan nombres griegos, túnicas y peplos pero el lenguaje y las emociones hablan al público francés del siglo XVII.
También la obra Eterno Creón realiza esta maniobra, quiere acercar lo clásico a nuestros días y para ello incluye en la puesta en escena un proyector que ayuda a contar la historia con imágenes, o hasta una banda sonora, de música indie que saca alguna sonrisa al público.
El problema sin embargo está en la dificultad de la tarea. Trasladar a nuestro tiempo una obra de Racine que a su vez traslada al suyo propio un mundo posible de un pasado pre-cristiano, me parece una faena, y alcanzar un equilibrio entre tantos malabares algo prácticamente imposible.
Creo que el dramaturgo Manuel De es consciente de esta dificultad. Pero no estoy seguro de que los recursos que utiliza consigan vencer los obstáculos. En varias ocasiones la obra se detiene, los actores se olvidan del papel y hacen de actores que explican la historia a los espectadores, y les recuerdan que “una obra no es más que el juego de un autor con sus espectadores”… ¿Es esto verdad? ¿Se trata de un mero juego? Este metadiscurso que irrumpe como un coro a lo largo de la historia, acaso para recordarnos que nosotros también estamos inmersos en una tragedia, en un juego que acatamos según una lógica necesaria (¿por convención?), resulta previsible y su carga de tensión mínima, tremendamente insuficiente. Por otro lado, estas interrupciones tienen elementos cómicos, y meter descargas cómicas en una tragedia es lo mismo que desinflarla.
Otra cuestión es el ángulo donde recae el peso de la tragedia, en este caso, el eterno Creón, el hombre manipulador ansioso de poder, que mueve los hilos de la trama de la historia, y es eterno, actuando a la sombra de la antigua Tebas, o indistinguible junto al presidente Obama o el comandante Chávez. Da igual la forma de gobierno, democracia o dictadura, allí estará Creón. Bien, este tema me parece totalmente secundario e ineficaz para una tragedia. Precisamente lo trágico es no poder culpar a nadie. Culpar a otro es anular cualquier tipo de trascendencia. Y si la obra peca un poco de intrascendente es a mi modo de ver, por esta razón.
Hay sí un momento destacable que de haberse explotado más podría imprimir a la obra de un carácter poderoso; es el momento del flashback que nos lleva a contemplar una escena de la infancia, un juego de amor y odio entre Etéocles y Polinices. El que cede en su ego, vence al otro que derrotado busca la reconciliación. Es la paradoja que salva, la exaltación de los humildes y la destitución de los poderosos; es el momento de oponer a la monstruosa tragedia la libertad de la verdad sobre uno mismo. Pero como ya digo, esta escena breve y magnífica, bien interpretada por los actores, bien construida en el guión, no alcanza para levantar una obra con mucho potencial pero terriblemente difícil de llevar a cabo con éxito.
★★☆☆☆
Teatro Galileo
Calle Galileo, 39
Argüelles, Moncloa
OBRA FINALIZADA