28 de octubre: san Simón y Judas Tadeo, los apóstoles con el nombre equivocado
La coincidencia en el nombre de varios apóstoles prácticamente relegó al olvido a Simón, el Zelote, y a Judas Tadeo, pero ambos predicaron por todo el mundo y dieron la vida por Aquel «que es motivo de cohesión para nosotros»
Es difícil comprender cómo la Iglesia llegó a extenderse por todo el mundo cuando apenas son conocidas las virtudes de las personas encargadas de llevar a cabo aquella primera evangelización. Si de los apóstoles, en general, no han llegado hasta nosotros muchos datos, de Simón, el Zelote, y de Judas Tadeo hay todavía menos o casi ninguno, quizá porque quien tiene que brillar es Aquel de quien acabaron dando testimonio allí donde les tocó predicar.
La Iglesia los recuerda a ambos el mismo día de finales de octubre, porque en las listas de los doce siempre aparecen juntos. Pero más allá de eso, poco más se sabe a ciencia cierta. Su anonimato es comprensible por coincidir sus nombres con los de otros apóstoles de mayor protagonismo en el Nuevo Testamento, aunque con diferentes matices: Simón Pedro y Judas Iscariote.
Simón el Zelote aparece en todos los Evangelios sinópticos y en el libro de los Hechos cada vez que se lee la lista de los apóstoles, aunque es del que menos información existe. Supuestamente predicó el Evangelio en Egipto y luego se unió al apóstol san Judas Tadeo en su misión al este del Mediterráneo.
Los Evangelios le dan el sobrenombre de Cananeo y el Zelote. Ambos términos remiten a un movimiento religioso y político que surgió en Galilea poco antes de la aparición de Jesús en la zona, que provocó una revuelta contra el censo y contra los impuestos de Roma. No hay certeza de que Simón perteneciera a esa secta, pero en el imaginario colectivo ha quedado su imagen asociada a la de un celoso guardián de la Torá que buscaba la liberación de Israel de la dominación romana. Sea como fuere, el contacto con Jesús le transformó y cambió su destino.
Dice Benedicto XVI en sus catequesis sobre los doce que Simón está «en las antípodas» de otros discípulos como Mateo. Este, publicano y recaudador de impuestos, «procedía de una actividad considerada totalmente impura», lo cual es «un signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos de los más diversos estratos sociales y religiosos, sin exclusiones. A él le interesan las personas, no las categorías sociales o las etiquetas».
Después de aguardar junto a sus compañeros y junto a María la llegada del Espíritu Santo tras la Pascua y la Ascensión, Simón salió a predicar. Algunas tradiciones lo sitúan en Egipto junto a Marcos, o en Siria acompañando a Felipe. Hay quien ha visto sus huellas en el norte de África y hasta en España, pero la tradición más consistente le coloca al final de su vida al lado de Judas Tadeo en Persia y Siria.
El hecho de que el canon del Nuevo Testamento conserve una carta atribuida a Judas Tadeo no hace su biografía más fácil de rastrear. Es probable que Judas fuera uno de los «hermanos del Señor» que cita Marcos en su Evangelio, uno de esos primos o parientes cercanos a Jesús que lo acompañaron en su vida pública. Quizá debido a la coincidencia de su nombre con el discípulo que entregó al Maestro, Judas Tadeo ha sido el apóstol más ignorado de todos los tiempos, como si, para no prestarse a confusión, generaciones enteras hubieran preferido obviar su existencia. Solo una frase suya ha llegado a nosotros, recogida por Juan, el evangelista: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le responde de manera misteriosa y profunda: «Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y pondremos nuestra morada en él». Para Benedicto XVI, esta respuesta significa que «al Resucitado hay que percibirlo también con el corazón, de manera que Dios pueda poner su morada en nosotros. Él quiere entrar en nuestra vida y presupone un corazón abierto».
Según los Hechos apócrifos de Simón y Judas, estos fueron martirizados en algún lugar de Siria, aunque existen tradiciones sobre sus muertes en lugares tan lejanos como la actual Inglaterra. El nombre de ambos se hundió después en el seno de la historia. En particular, el de Judas Tadeo parecía estar maldito hasta que, a finales del siglo
XVIII, se le empezó a invocar como patrón de las causas difíciles y milagrero. No es fácil rastrear el origen de esta devoción. Quizá al ser un santo tan ignorado hubiera quien pensase que estaba desaprovechado y disponible para atender peticiones. El hecho es que hoy se forman por todo el mundo largas colas en las iglesias que organizan rogativas encomendadas a su intercesión.
Recogiendo el legado de ambas vidas, Benedicto XVI explica que «es hermoso que en el grupo de los seguidores de Jesús todos, a pesar de ser diferentes, convivían juntos, superando las dificultades. Jesús mismo es el motivo de cohesión, también para nosotros, que con frecuencia tendemos a poner de relieve las diferencias y olvidamos que en Jesucristo se nos da la fuerza para superar nuestros conflictos».