29 de octubre: María de Edesa, la prostituta que supo perdonarse a tiempo - Alfa y Omega

29 de octubre: María de Edesa, la prostituta que supo perdonarse a tiempo

A santa María de Edesa le costó dos años perdonarse a sí misma tras un desliz sexual con un hombre. Su tío tuvo que disfrazarse para arrancarla del burdel en el que se había refugiado por no aceptar su debilidad

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘Santa María de Edesa’, de Kristyn Brown. Foto cedida por Kristyn Brown

A veces la vida nos da una segunda oportunidad, aunque que Dios nos la concede a cada instante. María de Edesa se creyó indigna de ella y la rechazó, hasta que el Señor la convocó de nuevo hacia Él valiéndose de la oración y de las argucias de su tío.

María nació en Edesa (Siria) en el siglo IV. Sus padres gozaban de una buena posición económica, pero murieron jóvenes, cuando su hija tenía apenas 7 años. La familia decidió entregarla a su tío Abraham Kidunaia, entonces un monje eremita que había alcanzado una gran fama de santidad en la comarca. Abraham se había retirado al desierto en su juventud, huyendo de un matrimonio forzado y recluyéndose en una celda en la que solo había una pequeña ventana, por la que la gente acudía a pedirle consejo y a dejarle comida.

¿Qué iba a hacer aquel ermitaño con una niña de tan corta edad? La Siria del siglo IV era por entonces un hervidero de anacoretas, donde muchos hombres y mujeres se retiraban del mundo adoptando formas de vida a veces algo extrañas. Los había que se subían a una columna o se metían en el hueco de un árbol de por vida, para rezar y hacer penitencia.

Abraham mandó construir una celda junto a la suya, donde María fue educada por él, como una ermitaña más. Allí pasó 20 años hasta que uno de tantos hombres que acudía a la celda de Abraham a pedir consejo se quedó prendado de la belleza de la joven. Lejos de huir de la tentación, el hombre siguió acudiendo allí para, con la excusa de recabar la ayuda espiritual del tío, ir seduciendo poco a poco a la sobrina, hasta que llegó un día en que María le entregó su cuerpo por entero.

Dos años en el burdel

Poco tardó la santa en caer en la cuenta de su error, pero pensando que no era ya merecedora del amor y del perdón de Dios, huyó de la compañía de su tío y se fugó a una ciudad donde nadie la pudiera conocer. Aún no sabía que no hay ningún pecado que Dios no pueda perdonar, pero su desprecio de sí misma era tal que se ofreció como prostituta a una posada local, donde estuvo dos años.

Al conocer lo sucedido, su tío, destrozado por la ausencia de su sobrina, decidió aumentar su oración y sus penitencias para pedirle a Dios la vuelta y la conversión de la joven. En una visión vio a un dragón que devoraba a una paloma blanca, identificando con ella a su sobrina, y dos días después volvió a ver al dragón con las tripas abiertas y la paloma, intacta, saliendo viva de él.

Dos fueron también los años que pasó Abraham rezando por María, hasta que alguien le dio noticias de ella y de la vida que llevaba. No había abandonado su celda en décadas, pero ese día Abraham decidió ir a buscarla.

Disfrazado como un soldado, el ermitaño llegó de noche a la posada donde trabajaba la futura santa, y decidió contratar sus servicios. Una vez solos, el tío se dio a conocer y entre lágrimas le dijo: «Hija, María, ¿no me conoces? ¿Qué ha sido ahora de tu hábito angelical, de tus lágrimas y vigilias, de tus alabanzas divinas?».

No debió de ser una conversación fácil, pues resulta complicado romper la coraza que fabrica el pecado alrededor del alma. Después de varias horas hablando y llorando, salieron de día, con el sol del amanecer, ambos de vuelta a su antigua vida.

El regreso de María supuso un acontecimiento en la región, pues se dice que el mismo san Efrén, amigo de Abraham, fue a visitarla y a orar por ella. Los 15 años siguientes, la joven los pasó rezando junto a su tío, pared con pared, y fueron muchos los que acudieron a ella, no solo a escuchar sus consejos espirituales, sino también a recibir curaciones y milagros. Todo aquello que había aprendido en carne propia fue lo que transmitió durante el resto de sus días.

María de Edesa murió en el año 361, «con el rostro tan brillante que comprendimos que coros de ángeles habían asistido a su paso de esta vida a una mejor», en palabras de san Efrén.

«No se acaba hasta que acaba»

Hoy, a María de Edesa se la invoca ante las tentaciones de naturaleza sexual, y su historia tiene una enseñanza siempre actual: «Las cosas no se acaban hasta que se acaban, y la vida no termina hasta que se termina», afirma Kristyn Brown, de la iniciativa The saints project, encaminada a mostrar de manera visual la realidad de la santidad para los hombres y mujeres de hoy. «En realidad, no importa lo que hayas hecho, o dónde hayas estado, siempre se puede empezar de nuevo –añade la autora de la imagen que ilustra estas líneas–. Dios siempre nos perdona. Solo caemos en la trampa cuando no nos perdonamos o creemos que somos demasiado horribles para ser perdonados. No lo somos».

Las madres del desierto

María de Edesa es una de las llamadas madres del desierto, un movimiento de mujeres poco conocido, paralelo al de los padres del desierto. «Tras la conversión oficial del Imperio romano, muchos percibieron que la fe original se estaba debilitando y decidieron alejarse para reavivarla», afirma María Boada, cofundadora junto a Pablo d’Ors de la asociación Amigos del Desierto.

Entre ellos «hubo más mujeres de las que luego nos han contado los libros de historia», afirma Boada. En su mayoría optaron por una vida comunitaria, «buscando una mayor protección», lo que se convirtió «en el origen de lo que luego serían los monasterios», asegura.

«Fueron muchos los que acudían a pedir ayuda espiritual para orientar su vida», añade, y a todos ellos ofrecían su «visión femenina» de la aventura interior, «más realista y práctica, y centrada en la acogida».