Ricardo III, último rey de la Casa de York, falleció en 1485. Poco más de un siglo después, inspirado en la obra de Santo Tomás Moro sobre este rey, William Shakespeare escribió La vida y la muerte de Ricardo III. El personaje, jorobado y poco agraciado, parece que sufría escoliosis, y recuerda en muchas ocasiones al duque Pier Francesco Orsini, nacido en Bomarzo a principios del siglo XVI y convertido por Manuel Mújica Laínez en la razón de ser de su magnífica novela Bomarzo. Dos hombres cínicos, crueles e intrigantes, aparentemente privados de conciencia, que vivieron con profundo dolor el complejo de sus deformidades físicas.
En un contexto histórico marcado por la continuidad dinástica como condición de supervivencia y consolidación de los reinos y del poder real, Ricardo III se convierte en un personaje paradigmático. El maquiavelismo en estado puro es el que late detrás de la adaptación y dirección de José Sanchís Sinisterra y Carlos Martín, respectivamente. El propio Sinisterra ha explicado que la adaptación de Ricardo III, más que revelar al personaje a través de su ambición, pretende hacerlo desde su conciencia.
Ricardo III vive entre el cinismo y el peso de su conciencia por los crímenes cometidos. El rey era tan envidioso como ambicioso; todo al servicio de su voluntad de poder. La historia le ha presentado como un rey cruel y tirano. La adaptación, que puede verse en el Teatro Español hasta el próximo 28 de diciembre pretende, sin embargo, recuperar y acentuar ciertos rasgos de humanidad de un hombre que la noche antes de su muerte, acaecida en la célebre Batalla de Bostworth, sufre el tormento de su conciencia en forma de sueños y visiones.
Juan Diego interpreta de modo magistral la ironía con la que el rey hace frente a sus pecados. Junto a él, el escenario se va poblando de magníficos actores que van desde Asunción Balaguer pasando por Terele Pávez, José Hervás, Aníbal Soto, José Luis Santos, Carlos Álvarez-Novoa, Ana Torrent y Juan Carlos Sánchez, a los más jóvenes Lara Grube, Óscar Nieto y Jorge Muñoz. Todos y cada uno de ellos son víctimas de un rey incapaz de respetar lazo alguno de amistad, familiaridad o confianza.
La obra, cuya intensidad hace que en algunos momentos pueda perderse el hilo que teje la trama, tiene el valor de la adaptación de un texto clásico. Pero sobre todo tiene el valor de traer al momento histórico presente la pregunta por la esperanza y el sentido de las cosas en situaciones que parecen irremediablemente determinadas por la crueldad y la falta de compasión.
★★★☆☆
Teatro Español
Príncipe, 25
Sol
OBRA FINALIZADA