Quizás pocos sepan que el arco iris ha sido siempre un símbolo religioso y cristiano. Lo recordó en su momento el P. John Paul Wauck, profesor de la Universidad de la Santa Cruz de Roma, comentando la decisión de la Santa Sede de colorear con el arco iris el árbol de navidad de la plaza de san Pedro la navidad del año pasado: los colores del arco iris tienen «un significado bíblico: es el signo de la alianza de Dios con la humanidad y con el conjunto de la creación». Sólo en la década de los años noventa fue adoptado con afán de exclusividad como símbolo por otros grupos. Continúa el P. Wauck diciendo que «como signo celeste del amor de Dios por la humanidad, el arco iris es precursor de la estrella de Belén, que anuncia el nacimiento de Cristo, el Mesías, que vino a traer la paz sobre la tierra. En los tiempos de Noé, Dios preparó una alianza de paz y cada arco iris era una especie de pro-memoria de esa alianza que se cumplió y realizó de manera definitiva en Jesucristo».
El pasaje bíblico más conocido en que se hace referencia al arco iris es el capítulo 9 del libro del Génesis, texto en el que se narra el final del diluvio universal. En este texto se describe el establecimiento de una alianza entre Dios, de una parte, y Noé, sus hijos, sus descendientes (por tanto, la humanidad entera) y el resto de la creación, por otra: «Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganado y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra» (Gn 9, 9-11). En los versículos siguientes se insiste en el «signo» de esta alianza que es el «arco en el cielo», es decir, el arco iris. Es posible, por tanto, que la descripción del arco iris como «signo de la alianza» de Dios con los hombres exprese tradiciones populares arraigadas en el ánimo de aquel pueblo. Se trata, pues, de un símbolo de paz y de promesa para la cultura cristiana, adoptado después tanto por los movimientos pacifistas de los años sesenta como por otros más recientemente.
No es la primera vez que ocurre: también el tema de la ecología es un antiguo valor netamente cristiano, nacido en el Medievo y posteriormente ideologizado por los neoambientalistas. Lo mismo puede decirse del tema de la pobreza, valor puramente cristiano, «robado» posteriormente por el marxismo, sobre el que construyó una demagógica y mortífera ideología. Lo explicaba el Papa Francisco a un grupo de jóvenes belgas en marzo de 2014: «He oído hace un par de meses que alguien ha dicho por mi discurso sobre los pobres y mi preferencia por ellos: este Papa es un comunista. ¡No! Ésta es una bandera del Evangelio, no del comunismo. Ahora bien, una pobreza sin ideología». Y por la misma época, en una entrevista al periódico italiano Il Messaggero recordaba: «Yo digo sólo que los comunistas nos han robado la bandera; la bandera de los pobres es cristiana. La pobreza está en el centro del Evangelio; los pobres están en el centro del Evangelio. Los comunistas dicen que todo esto es comunista. Claro, veinte siglos después… Por eso, cuando hablan así se les podría decir: sois cristianos».
No nos dejemos arrebatar los símbolos.
Gabriel-Ángel Rodríguez Millán