Obispo de Emdibir (Etiopía): «Después del instituto los chicos desaparecen» - Alfa y Omega

Obispo de Emdibir (Etiopía): «Después del instituto los chicos desaparecen»

Lukas Teshome Fikre ha visitado nuestro país para estrechar lazos con Manos Unidas. La gran prioridad de los obispos etíopes es combatir la emigración masiva de sus jóvenes

María Martínez López
El obispo en un proyecto educativo de la Iglesia.
El obispo en un proyecto educativo de la Iglesia. Foto: Manos Unidas / Goril Meisingset.

Lukas Teshome Fikre (1972) es el actual obispo de la eparquía de Emdibir, en el suroeste de Etiopía. Ordenado sacerdote en 1998, es doctor en Derecho Canónico Oriental por la Universidad Pontificia de Roma. Desde 2019 ha sido como secretario general de la Conferencia Episcopal Católica de Etiopía. En diciembre de 2023 fue nombrado obispo coadjutor de Emdibir, su diócesis de origen, y en agosto de 2024 asumió plenamente el liderazgo de la eparquía.

—¿Qué le trae por España?
—Como obispos viajamos habitualmente para lograr financiación, hablar con nuestros socios y sensibilizarles sobre nuestras necesidades. Es mi primera vez.

—¿Qué mensaje trae desde Etiopía, en su caso?
—El Papa Francisco nos propuso que camináramos juntos como Iglesia de Dios y que nos apoyáramos y colaboráramos. Nuestra prioridad pastoral en Etiopía está relacionada con el hecho de que nos hemos visto gravemente desafiados por el conflicto, la pobreza y en especial la emigración de jóvenes. Realmente afectan a nuestra vida pastoral y a la comunidad en conjunto.

Teshome en una iglesia con la decoración típica en Etiopía.
Teshome en una iglesia con la decoración típica en Etiopía. Foto: Manos Unidas / Goril Meisingset.

—¿Qué supone la emigración? ¿Qué impacto tiene por ejemplo en Emdibir?
—En nuestras parroquias, al terminar el instituto los jóvenes desaparecen. La juventud —el 70 % de la población tiene menos de 30 años— está desesperada porque no tiene oportunidades de trabajo. Cuando no tienen esperanza en casa, piensan que la pueden encontrar en otros lugares. Así que la mayoría emigra a las grandes ciudades del país pero sobre todo a los países árabes o intentan cruzar el desierto y el mar hacia Europa. Muchos mueren, acaban en prisiones de Libia o son repatriados desde Arabia Saudí y encarcelados.

—¿Qué es lo más importante para evitar la emigración?
—Tenemos proyectos a pequeña escala para lidiar con este problema. No puedes impedir que la gente emigre, porque es su derecho. El primer paso es educar sobre qué es realmente la migración legal y la ilegal, porque el 99 % de los jóvenes recurren a la ilegal y se convierten en víctimas de trata. Así que hay que concienciar sobre cómo la migración ilegal no es la respuesta a sus necesidades. Tenemos programas de formación sobre ello en la radio, en las redes sociales, de forma presencial en las parroquias.

Nos queremos asegurar de que entienden lo que está pasando en Europa, que ya no es el paraíso. También hay mujeres que regresan de países árabes y de Oriente Medio y llegan traumatizadas: les pagaban poco, abusaron de ellas física y sexualmente. Las llevamos a nuestras formaciones para que compartan sus experiencias.

—¿Y después?
—Dar oportunidades. Por eso la educación es tan importante para nosotros e invertimos en ella; para que se formen bien, en formación profesional o que vayan a la universidad.

Fotos: Manos Unidas / Goril Meisingset.

—¿Y después? Muchos jóvenes emigran precisamente por la frustración de no encontrar trabajo a pesar de su formación.
—Lógicamente la Iglesia no puede dar trabajo a todos. Pero al menos dentro de nuestras instituciones (colegios, hospitales, etc.) intentamos insertar a aquellos a los que hemos formado. Es una pequeña gota. Tenemos proyectos con Manos Unidas y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral para crear puestos de trabajo en las parroquias, como cooperativas, y ayudarles con dinero a poner en marcha sus propios negocios. También intentamos ponerlos en contacto con entidades mayores de la capital. Vemos que algunos empiezan a decir «vale, hay oportunidades aquí».

Por otro lado, nuestro Gobierno está trabajando con la UE para acoger a los que se acogen a programas de retorno voluntario desde Europa. Algunos han estado 15 o 20 años en Alemania, en Portugal, donde sea. Y aquí se les deja, con 3.000 euros, para apañárselas por su cuenta. Nosotros intentamos ayudarlos a reintegrarse en sus familias.

—Citaba antes el desafío de los conflictos. En breve se cumplirán tres años de la paz en Tigray.  ¿Cómo está la situación?
—Afortunadamente hay una paz relativa, de forma que la gente al menos puede desplazarse, puede trabajar. Todavía está presente el trauma y la gente se está enfrentando a las consecuencias de la guerra. La Iglesia está intentando abordar las necesidades de la comunidad, sobre todo la sanación de traumas y la resolución de conflictos; también acciones de construcción de paz.

Pero desgraciadamente desde hace dos años hay una guerra convencional en curso en Amhara, y en Oromia hay conflicto desde hace diez. El obispo de Amhara, que está en Bahardar, no se puede ni siquiera mover dentro de su territorio. La gente es secuestrada, asesinada y desplazada. Pero nadie habla de ello. Los medios europeos siguen la agenda política de sus Gobiernos. Esta cubre grandes conflictos como los de Ucrania y Palestina. Pero hay pequeñas crisis que no se abordan.

—¿A qué se deben esos conflictos?
—Todos estos conflictos son por política, una lucha de poder. En Amhara hay un grupo de personas que siente que el Gobierno central no afronta la situación de pobreza y quieren que se los incluya en los mecanismos políticos del Gobierno federal. Además, algunas fuerzas que apoyaban al Gobierno en Tigray se han unido a los grupos rebeldes porque había un conflicto fronterizo entre Tigray y Amhara. El Estado federal se organizó según criterios étnicos; algo que muchos podrían argumentar que no fue lo correcto.

—Todas las crisis políticas se convierten en cuestiones étnicas.
—Exacto. Y las víctimas son los pobres: los ancianos, las mujeres, los niños. Sin embargo, no toda Etiopía está en esta situación. En el centro y el sur, donde está Emdibir, la gente viaja y colabora sin problemas. Pero no puede haber paz si hay problemas en otras partes porque afecta a la economía y la vida social.