El nacimiento del capitalismo, ya con mucha fuerza en el siglo XVI, y tras su impulso, la aparición de la Revolución Industrial a mediados del siglo XVIII, todo ello acompañado del cambio sociopolítico generado por tres revoluciones liberales -la británica, con el triunfo de los puritanos y el cambio de dinastía; la norteamericana, con las aportaciones de Benjamín Franklin, que en París se vincularía con el conde de Aranda y con Voltaire; finalmente, con la francesa iniciada en 1789-, transformaron la realidad económica y política del planeta. De modo obligado, a ello hay que agregar el desarrollo de la economía por los grandes clásicos que superaban el mercantilismo y la fisiocracia a partir de Adam Smith, David Ricardo y Stuart Mill, hasta desembocar en las aportaciones que surgieron en Lausana y en Cambridge.
La alteración existente en el mundo de la economía y de la política, que seguía a la consolidación de la reforma protestante en muchos países de Europa y América, obligaba a la Iglesia católica a ofrecer una respuesta adecuada. No se trataba de algo fácil y, por ello, tardaría en culminar perfectamente, dentro de la evolución que pasó a experimentar, a partir de León XIII en 1890, y hasta san Juan Pablo II, la que se denominó Doctrina Social de la Iglesia.
Este proceso es digno de ser conocido y concluye en una culminación, que se puede contemplar en más de un sentido como un homenaje, en vísperas de su abandono del Arzobispado de Madrid, al cardenal Rouco. Se trata de lo que tuvo lugar en las II Jornadas Sociales Católicas por Europa, celebradas en el Seminario Conciliar de Madrid del 18 al 21 de septiembre de 2014. Basta con ofrecer unas referencias a los puntos de vista expuestos en esta importante reunión. La apertura correspondió al cardenal Reinhard Marx, quien señaló que «la crisis económica que atravesamos pone a prueba a nuestros Gobiernos, a nuestras economías y, sobre todo, a nuestros conciudadanos. La tentación del populismo surge por doquier de manera importante. Estoy convencido -continuó el cardenal Marx- de que el repliegue hacia dentro sería un error: la resurrección de los populismos y de los nacionalismos sería fatal para nuestras familias, para nuestros niños, para nuestro vivir conjuntos». Y a partir de ahí planteó una espléndida actualización de las cuestiones ante las que debe pronunciarse la doctrina social de la Iglesia como consecuencia de la crisis actual: «En la Evangelii gaudium, el Papa Francisco recuerda aquel mandamiento de Jesús a sus discípulos: Dadles vosotros de comer (Mc 6, 37)», y puntualiza que «es preciso trabajar para eliminar las causas estructurales de la pobreza y promover el desarrollo (económico) integral de los pobres, así como pequeños actos diarios de solidaridad al conocer las necesidades reales con las que nos encontramos» (EG 188). Incluso el cardenal Marx abordó un problema social del que se ha tomado noticia posible bastante recientemente: «El cambio de clima -si es que efectivamente tiene lugar, porque, sin ir más lejos, en España, es preciso tener en cuenta las críticas a esta postura del profesor Sanz Donaire, nada fáciles de replicar, por cierto- se ha convertido en un foco de problemas ecológicos. Da auge a cuestiones como la justicia global o internacional, porque quienes más alteran esta realidad no son los que ensucian la atmósfera. El cambio de clima nos desafía así para que se cese en una superexplotación de la Creación, y para organizar nuestra vida y nuestra economía de modo sostenible».
Integración de los países pobres
Esta cuestión queda planteada, junto con otra aportación en esas Jornadas, también muy nueva para España. Fue lo que expuso un laico importante, catedrático universitario de Economía, José Tomás Raga, en su ponencia Inmigración y emigración. El objetivo de integración. Su análisis le conduce -y el apoyo de Pablo VI, san Juan XXIII, o de Benedicto XVI, están claramente explícitos en esta aportación- a un programa económico acorde con lo que sostiene, tras la Centesimus annus de san Juan Pablo II, la doctrina social católica, pues Raga sostiene que esta realidad migratoria «implica el compromiso social de los países ricos de crear fuentes de renta y de riqueza en los países de origen. Estamos hablando -continúa Raga- de inversiones directas de carácter productivo, aportaciones tecnológicas, formación profesional de los nativos y apertura de los mercados de países (ricos), en los que pueden vender sus productos los países pobres. Lo demás siempre serán acciones parciales, para seguir alejando al pobre».
Al cardenal Rouco se le entregó toda esta corona doctrinal de posturas de la doctrina social de la Iglesia, que va desde León XIII y el impacto en él de la Verein für Sozialpolitik, hasta san Juan Pablo II, pasando por Eucken y la Escuela de Friburgo, cuya vinculación con una política económica adecuada para Europa mereció el elogio explícito, dedicado a la citada doctrina social de la Iglesia, por parte del Presidente del Banco Federal Alemán -o sea, el Bundesbank-, el doctor Jens Weidmann, en su intervención Principios de la economía de mercado en la Unión Monetaria, al recibir el importante Premio Wolfram-Engels. Porque esta corona supone que todo su contenido es importantísimo para orientar la actual política económica europea, y, naturalmente, la española.