
La desidia
He titulado esta nota por la desidia, pero no tengo claro qué emoción humana prima más cada mañana en el metro de Madrid. Si esta o el enfado. O el cansancio. O la tristeza. O la indiferencia. Pero la cara larga ensimismada en el móvil es recurrente. De hecho, ver a alguien pensando, leyendo o incluso durmiendo es tremendamente llamativo. Atrayente, me atrevería a decir. El lunes sucedió una de esas escenas que te hace pensar en qué contexto tan dramático estamos viviendo. Una pareja de canarios, guitarra en mano uno, micrófono el otro, dieron rienda suelta a una tremenda creatividad en el vagón. El cantante era un genio de la improvisación, de estos artistas que va llamando la atención de los silentes citando alguna de sus características. De mí destacó el bolso florido, que por cierto hace una madre que lucha por recaudar fondos para la enfermedad rara de su hija. Tres personas en un vagón repleto sonreímos ante la explosión de amabilidad, buen rollo y candidez de estos dos músicos. El resto seguía ensimismado en su ceño fruncido, sus cascos, su teléfono, su drama, su vida alejada del desconocido. Del otro, que se dona para mejorar los minutos a cambio de calderilla. Así somos.