Luis Argüello: «La transmisión de la fe ya no puede darse por supuesta»  - Alfa y Omega

Luis Argüello: «La transmisión de la fe ya no puede darse por supuesta» 

El presidente de la Conferencia Episcopal Española habla en Cáceres sobre los desafíos que afronta la Iglesia en este año que comienza

Redacción
Argüello durante su intervención en Cáceres. Foto: Diócesis de Coria-Cáceres.

La diócesis de Coria-Cáceres organizó el pasado jueves un encuentro con Luis Argüello, arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE, en el que habló sobre la formación permanente del clero, el próximo Congreso de la Vocaciones y la aplicación del Sínodo en España. 

La Iglesia tiene muchos retos por delante… 

Sí. Por una parte, la Iglesia debe ser fiel a su misión originaria de anunciar el Evangelio y hacerlo desde el testimonio del amor que este conlleva. Esta fidelidad debe vivirse en la novedad de cada momento. En España enfrentamos desafíos enormes como la crisis demográfica y una sociedad secularizada, pero seguimos llamados a anunciar el Evangelio con esperanza. 

¿Cómo afecta la crisis demográfica a la misión de la Iglesia? 

La baja natalidad influye en la comprensión de la vida y de la transmisión de la fe. Durante siglos, esta transmisión fue natural en las familias y en un contexto rural y mayoritariamente católico, con una relación muy singular entre sociedad, Estado, Corona e Iglesia. Ahora, esa conexión se ha quebrado, y la Iglesia debe proponer de nuevo la fe desde una relación renovada con la sociedad, apelando al matrimonio, la familia y la vocación como pilares fundamentales. Ya no se puede decir que por haber nacido en España sin más se es católico, no se puede dar la conversión por supuesta, ni la transmisión de la fe, ni la iniciación cristiana. Ahí están nuestros grandes desafíos: la Iglesia es familia de familias, pero para ser familia de familias se precisa que estén. 

En febrero se celebrará el Congreso de Vocaciones. ¿Qué mensaje quiere transmitir este encuentro? 

Queremos recordar que la vida es un don y, desde esa perspectiva, invitar a descubrir la vocación, ya sea matrimonial, sacerdotal, religiosa o a la entrega de la vida en el servicio a los demás. No apropiarnos de la propia vida, vivir solo para nosotros mismos. El lema del Congreso de Vocaciones, inspirado en el Papa Francisco, nos invita a preguntarnos: «¿para quién soy?», en lugar de «¿quién soy?». Esa reflexión ayuda a descubrir nuestra identidad desde la entrega y el servicio. 

La Iglesia española está muy involucrada en temas sociales, como el apoyo a los migrantes o el desastre natural en Valencia. ¿Qué importancia tiene esta labor? 

El Papa Francisco insiste en que el anuncio del kerigma, de lo esencial del Evangelio, precisa una dimensión social. La Iglesia necesita encarnar su mensaje, reflejando su dimensión social tanto en la vida comunitaria como en el amor concreto hacia quienes enfrentan carencias específicas en su existencia. Este compromiso sigue siendo un testimonio reconocido y valorado, especialmente en los misioneros, en las misiones fuera del país, aunque menos en las realizadas dentro de nuestras propias comunidades. A menudo se espera que la Iglesia se limite al ámbito de la sacristía, aunque la acción social de la Iglesia sí tiene buena prensa, ya sea a través de Cáritas y otras organizaciones como Manos Unidas, que demuestran su implicación en las pobrezas cercanas y en las más distantes respectivamente. 

En 2025 celebramos el Año Jubilar de la Encarnación. ¿Qué mensaje trae este evento? 

El Jubileo nos recuerda la esencia de la encarnación de Cristo: Dios hecho hombre. Lo celebramos cada año, pero momentos como este nos ayudan a volver a las fuentes de nuestra fe. El corazón humano precisa de los hitos: todos celebramos nuestro cumpleaños y también de vez en cuando hacemos celebraciones especiales. Creo que el corazón humano por una parte es olvidadizo y por otra necesita volver a las fuentes de su Amor. El lema del Jubileo, Peregrinos de esperanza, nos invita a caminar juntos, redescubriendo nuestra misión y avivando la virtud de la esperanza, tan necesaria hoy en la vida eclesial y en la vida social. 

¿En España peregrinamos por el desierto o existen signos de esperanza? 

Sin duda hay signos de esperanza siempre. La peregrinación que realiza un creyente se efectúa sabiendo que Jesucristo ya ha resucitado y que siempre va delante de nosotros, o en medio, o detrás. Aunque atravesamos un «viento contrario», como dice el Evangelio, él se presenta y nos anima. Hay signos reales de esperanza: jóvenes inquietos que buscan en el Evangelio, movimientos eclesiales que revitalizan la fe, convocatorias de oración, y un deseo renovado de experimentar el perdón y la misericordia de Dios. Estas realidades, aunque minoritarias, están abriéndose paso. 

¿Cómo se construyen puentes con otras entidades para transmitir el mensaje del Evangelio? 

El corazón humano, aunque herido, está bien hecho y está diseñado para el amor y la entrega. Por eso encontramos puntos de encuentro con quienes desde fuera de la Iglesia, o a medio camino entre la Iglesia y fuera, también buscan construir humanidad, practicar la hospitalidad, la fraternidad, de querer acoger y cuidar de los más débiles. No me cabe duda de que desde ahí hay puntos de escucha mutua, de diálogo y de testimonio que los cristianos vivimos. 

Hemos vivido un Sínodo. ¿La Iglesia necesita renovarse constantemente? 

Cada año la Iglesia nos propone el tiempo de Cuaresma como de conversión y nos propone en Pascua a los presbíteros renovar sus promesas sacerdotales y a todos los bautizados renovar las promesas del Bautismo. Sí, la Iglesia siempre está en reforma. Esta renovación comienza con el corazón de cada uno, que debe asemejarse cada vez más al corazón de Cristo. No en vano el Papa Francisco acaba de escribir una carta sobre el corazón de Jesús. 

Es evidente que en el mundo de hoy existen acentos marcados en varias áreas: la autonomía personal, el protagonismo de la mujer y el deseo de una colaboración colectiva en los asuntos comunes. El Papa Francisco ha llamado a la Iglesia a responder fielmente a lo que el Señor nos pide. 

El Sínodo no ha sido solo un evento celebrado en Roma durante dos meses de octubre consecutivos; sino un impulso para adoptar una forma de vivir como Iglesia: un pueblo que camina unido, practicando una corresponsabilidad diferenciada, dice el propio sínodo, para impulsar una comunión misionera. 

Sin embargo, lograr esto requiere esfuerzo, especialmente frente a ciertas inercias, como el protagonismo excesivo de los clérigos y la pasividad de los laicos en la participación en los asuntos de la Iglesia y en el discernimiento para la toma de decisiones. Este desafío pide un aprendizaje constante y un compromiso de caminar juntos en los próximos años. 

¿Cómo afronta la Iglesia española este cambio de época? 

Primero, debemos reconocer esta gran transformación. El cambio de época desborda los pequeños tiempos, incluso los que abarcan la vida de cada uno. Por eso es esencial situarnos en este contexto más amplio y hacerlo con humildad, conscientes de que estamos llamados a colaborar en un proceso que trasciende nuestra propia existencia. 

Además, creo que se trata de impulsar el discernimiento, y poner énfasis en cuestiones clave. Entre ellas, el anuncio y la transmisión de la fe, la iniciación cristiana, y la promoción de espacios reales, de comunidades concretas, visibles. 

También es crucial fomentar la colaboración entre los distintos ministerios y vocaciones en la Iglesia, así como entre las Iglesias particulares o diócesis. Hoy en día, los asuntos llegan a través de las redes, y lo que ocurre lejos se hace inmediato y presente. Por eso estamos llamados a vivir también una comunión entre las Iglesias. 

El propio Sínodo nos ha instado a fortalecer las provincias eclesiásticas como un cauce eficaz para promover la comunión, no solo entre los obispos, sino también entre las diversas iglesias. Este es el camino que deseamos seguir.