«Se nace con la semilla del fracaso», una de las primeras líneas de la obra, en la que Carlos se dirige a su angustiada mujer, hace que el público se estremezca. Así inicia la historia, escrita por Yolanda Pallín, de ese matrimonio, el de Carlos y Laura, que constantemente recuerda al de Yerma y Juan, de la obra de García Lorca.
Una obra que relata en espiral, esto es, volviendo una y otra vez sobre el conflicto pero profundizándolo cada vez más, la frustración de Laura, enferma y con unos deseos incumplidos de ser madre, deseos que cree pondrán fin a esa terrible tensión entre ella y su marido, el frío Carlos. Carlos, interpretado por Carlos B. Rodríguez, es el típico esposo que probablemente se haya casado por costumbre, porque era lo que tocaba o por tener compañía, una cena caliente al llegar a casa y un par de piernas extra en la cama. El personaje es un tipo impávido que vive para él, para su comodidad, para sus negocios y para su propio disfrute, y todo lo que le rodea no le significa nada más que meros objetos a usar cuando y como les necesite. Hay una escena en la obra, de mis favoritas y la que más me estremeció, en la que su mujer y el perchero, para él, son la misma cosa. Simbolismo de una cosificación de la mujer que nos hace compadecernos de ella y despreciarle a él.
Por otro lado, el personaje de Laura, interpretado brillantemente y de manera sobrecogedora por Nini J. Dols, nos muestra a una mujer que carece de creatividad propia, de sentido de su propia vida y de cualquier tipo de carácter que le permita tomar las riendas y mirar la vida de otra manera. Esta es Yerma también, la estéril creativamente, la que se queda en casa siempre a la espera, la que se autocompadece con lagrimones cada noche y la que es incapaz de mirar en su interior y descubrir su propia grandeza. Aplastada por la personalidad de su marido, por su historia familiar, por una religiosidad erróneamente enseñada y vivida en clave moral, y por su espera que nunca concluye, Laura empieza a alucinar o a soñar o a imaginarse.
Y cada noche se duerme y viaja a otro mundo. Es en este mundo donde hace entrada el personaje interpretado por Jesús Rodríguez, un sigiloso seductor hombre vestido de negro, cuyas posiciones nos recuerdan al Mefistófeles que se acuesta cómodamente con una pierna doblada, la cabeza colgando y la sonrisa descaradamente retadora; es este hombre el que le hace experimentar, sentir y desear; y a la vez, la tortura sin piedad. El brillante juego de miradas que hace el actor Jesús Rodríguez nos hace entrar en ese mundo de Laura e identificarnos con ella, al sentirnos aturdidas pero a la vez, atraídas.
Es en ese otro mundo donde nos encontramos con la divertida y aparentemente libre Lucía Esteso, que podría representar todo lo que ella quisiera ser o en lo que ella podría devenir. Con una voz muy atrayente que arranca sonrisas honestas del público, Lucía Esteso nos seduce con su invitación liberadora, ¿será verdadera? Y aquí la decisión que Laura deberá tomar.
Siendo una sala pequeña, y gracias a la genial dirección de Carlos B. Rodriguez y Tino Ramírez, se puede saborear los gestos de cada personaje, aunque si toca sentarse en la última fila, se pierden varios momentos cuando los actores están muy cerca del público, por falta de visibilidad.
Animo a asistir a esta obra si les gusta dotar de uno o varios posibles sentidos a lo interpretado o simbolizado, y si sois capaces de dejar fuera de la sala cualquier pretensión de simplificar la mente y el corazón de la mujer; y por supuesto, si quieren ver magnas e inquietantes interpretaciones.
★★★★☆
Nave 73
Calle Palos de la Frontera, 5
Palos de la Frontera, Embajadores
OBRA FINALIZADA