Santiago Pérez: «Cuando hay desacuerdo sobre el entierro en una familia, prevalece la madre»
El capellán coordinador de exequias del cementerio de la Almudena fue diácono permanente cinco años y se ordenó sacerdote hace tres
¿En qué consiste su ministerio?
Soy capellán coordinador de exequias desde hace ocho años. Las familias agradecen nuestro servicio religioso, que en esos momentos dolorosos podamos dar una palabra de parte del Señor. El ahora arzobispo, José Cobo, cuando era vicario me dijo una cosa simpática: «Ahí no se te va a quejar nadie». Las familias llegan con un sentimiento de pérdida, pero también de esperanza cristiana porque hay una vida después que Jesús ha ganado por todos. Tengo un equipo que coordino. Cuando llego a las ocho de la mañana, me entero del servicio que hay y distribuyo entre mis compañeros.
¿Quiere la gente entierro cristiano en esta sociedad secularizada?
La fe está ahí y hay una semilla entre la gente. Con los jóvenes cuesta más que entren en la Iglesia, es un reto para los que estamos en la esperanza. También coordino el crematorio de la Almudena y existe gente que no desea servicio religioso. Tenemos ahí los signos cristianos: Cristo en la cruz y un icono de la Virgen, portátiles. Preguntamos antes y hay quien prefiere quitarlos, pero un 80 % de la gente los quiere. En ese momento acuden los amigos y la familia, sean creyentes o no. A veces nos encontramos diferencias de opinión. Cuando hay desacuerdo sobre el entierro en una familia, suelen prevalecer los deseos de las madres.
¿Espera muchas visitas al cementerio en Todos los Santos y Todos los Fieles Difuntos?
Viene mucha gente, no solo los días 1 y 2 de noviembre, también antes y después. Es una obra de misericordia con indulgencias; se remiten las penas temporales por los pecados. Visitar y orar por los difuntos Dios lo tiene en cuenta y es una costumbre bella. Me gustaría decir a las familias que aquí duermen sus seres queridos para despertar un día en la misericordia de Dios. Si morimos con Cristo, creemos que resucitaremos con Él. Aunque la sociedad está secularizada, hay deseo de trascendencia.
Imagino que la pandemia fue dura.
Tuve que pedir ayuda a otros diáconos casados e hicimos turnos. Si cada día suele haber diez entierros, se cuadruplicaron. Las incineraciones suelen ser 20, entonces fueron de 50 diarias. Todo con la dificultad para las familias de que solo podían venir tres personas y sin pasar a la capilla.
Usted fue diácono permanente y tiene una vocación muy curiosa.
Fue un regalo del Señor. Yo sentía la vocación desde joven y me dijeron que esperara. Trabajaba de operador técnico en Telefónica y mis compañeros, de soltero, ya me decían «el páter» porque siempre preguntaba por su familia y en Navidad y Semana Santa ponía algún mensaje cristiano. En una peregrinación con san Juan Pablo II, ya cuarentón, le pedí a la Virgen de Loreto una novia. Unos amigos comunes nos presentaron, surgió el flechazo y estuvimos 14 años felizmente casados, aunque no tuvimos descendencia. Al enviudar, me preparé para diácono. Mi esposa no quería en vida, me decía: «Santi, vas a estar más en la parroquia que conmigo». Pero unos meses antes de fallecer, me dio permiso. Los diáconos deben tener el permiso de las esposas. Después, fui ordenado por el cardenal Osoro presbítero de la Iglesia hace tres años.