En recuerdo de Alejandro Llano - Alfa y Omega

No serán pocas las páginas de periódicos que estos días estarán rindiendo homenaje a una figura tan entrañable como lo fue Alejandro Llano. Tuve la fortuna de haber podido coincidir, cuando pasaba unos años haciendo mi doctorado en la Universidad de Navarra, con tres catedráticos de la Facultad de Filosofía de esa universidad que ya nos han dejado. El vacío de su presencia en los pasillos de esa Facultad seguramente no será fácil de llenar, pues lo que tenían estos tres hombres eran una gran presencia, tanto en las discusiones académicas, como en la vida pública e incluso en la vida personal de sus alumnos. Si el primero en partir fue Ángel Luis González, mi director de tesis, el año pasado nos dejaba Rafa Alvira, y el 2 de agosto, día de los Ángeles Custodios, Alejandro Llano. Siendo tres figuras muy distintas, los tres compartían un amor por el saber y las personas. Su ejemplo nos puede servir de faro y ayudar a comprender mejor lo que está llamado a ser un profesor universitario y la misma universidad.

Alejandro Llano era un hombre de una cultura intelectual amplísima, no solo había leído en profundidad a Aristóteles, santo Tomás, Kant, y a los filósofos analíticos, sino que era un gran lector de novelas y ensayos. En la primera parte de su autobiografía, Olor a yerba seca, se deja ver que ese interés por la cultura y el pensamiento se despertó en él desde muy temprano. La lectura de su autobiografía deja ver rápidamente el talante de este hombre, su perspicacia y sensibilidad. Alejandro era un hombre de una sensibilidad exquisita, que se traducía en la delicadeza con que trataba a sus alumnos, y a los que no lo éramos. Y era una gran conversador. Su conversación era profunda, pausada, y, quizás por la etapa de su vida en que me tocó conocerlo, no dejaba entrever ninguna urgencia, disponía de su tiempo con absoluta liberalidad; pero quizás lo más llamativo de este diálogo era que mostraba un verdadero interés por lo que su interlocutor pensaba y le comunicaba, aun cuando éste estuviera comenzando su tesis doctoral.

Quizás por este amor a la conversación su obra se centra sobre todo en cuestiones de teoría del conocimiento, de metafísica y lenguaje. Fue un filósofo sapiencial, que no se quedaba en cuestiones técnicas o meramente filológicas, sino que buscaba comprender de un modo sintético el pensamiento del autor que estudiaba. Su filosofía no es especialmente original, aunque supo leer a los clásicos con la frescura y perspicacia que le caracterizaban. La liberalidad con la que disponía de su tiempo se manifestaba también en su pensar filosófico. Puso su conocimiento de los clásicos al servicio del diálogo con pensadores contemporáneos, opción intelectual que dio mucho fruto. En su obra estableció puentes de diálogo entre diversas tradiciones; Aristóteles, santo Tomás, Kant, Frege, Wittgenstein…. discrepan y se dan la razón en sus libros con absoluta cordialidad.