Tengo unos cuantos compañeros que dedican su tiempo a los enfermos. Visitan en el hospital, se preocupan de acompañar, de escuchar, de acoger la fragilidad. Durante el tiempo más severo de la COVID-19 fueron como esa caricia de Dios frente a tanto abandono, tanta incertidumbre, tanta soledad. En ese periodo pude acercarme más a algunos de ellos y compartir algo que está en la raíz de nuestra fe: mirar cara a cara al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad, a la muerte. «Porque estuve enfermo y me visitasteis»: Jesús provoca y convoca en el rostro del que no entiende por qué, del que llora a escondidas, del que te regala un abrazo o te alienta desde el silencio. Mis compañeros han hecho de los pasillos, de las habitaciones, de las cafeterías y de las salas de espera de los hospitales un lugar para el encuentro. Muchos médicos y enfermeras, profesionales de la salud también han entendido que las enfermedades del cuerpo sanan mejor cuando hay bálsamos para el espíritu. Ellos mismos se desahogan y aprenden en cada mirada, con el roce de la piel, pisando de puntillas lo sagrado del misterio. A veces, mis compañeros me llaman para hablar con alguno de mis amigos o de las familias ingresadas: la comunicación es comunión, es verbo encarnado, fraternidad, eucaristía del tiempo derramado por amor. Y si yo los visito allí, a los enfermos, en el hospital, experimento el privilegio de la bienaventuranza, de un Reino que tiene sabor a catéter, a suero y a pañales. Mis compañeros son un ejemplo de ternura y de locura. Sus gestos son luz en un mundo sediento de verdad. La verdad que transciende, que entraña, que confía. Es una suerte contar con gente como ellos. Es una suerte poder contagiarnos de ese espíritu de ternura y de locura. Ternura para quedarse cuando todos lo evitan. Locura para creer por encima de todo.
Medicinas de calor y de pobreza. Medicinas de comprensión y de cercanía. Medicinas de espera y de esperanza. Medicinas de silencio y de escucha. Medicinas del tiempo y del agotamiento. Medicinas de no saber o de no querer. Medicinas para una nueva creación, para vivir en la frontera de la vida, para gritar al mundo, para ser humildad y bálsamo de Dios.