M.ª Ángeles López Romero: «La vida de los niños es un parque de atracciones»
Habla con amor y humor de la crianza de hoy, pero, sobre todo, le pone sentido común. Con anécdotas inolvidables como la de los hermanos que solo comían sepia, esta periodista curtida en información social y madre de, ahora, tres adultos, hace en Generación blandiblú, recién editado por Loyola, un retrato sociológico de las consecuencias de esta paternidad blanda que nos invade.
De padres pegajosos hemos pasado a hijos blandiblú. ¿Por qué esta segunda parte?
Cuando publiqué Papás blandiblú, mis hijos eran pequeños y estaba sobreviviendo a la crianza tal y como se plantea ahora, en la que hay que ser psicóloga, chófer, secretaria personal y educadora. 15 años después, soy la madre de tres adultos y esto me permite echar la vista atrás y ver, de todo aquello que pensé en su día que era el camino, qué tenía importancia y qué no. En el libro recojo la experiencia de muchísimas personas para configurar un retrato sociológico.
Un amplio porcentaje de mi entorno, por no decir todo, se vería retratado en algún capítulo.
Es un retrato de la clase media. Y todos los que estamos en ella, de algún modo participamos de esta crianza blanda y pegajosa. No hay quien no me diga que se ha sentido retratado en el libro. Y sentirse retratado implica quitarse presión.
Además de quitar presión a los padres de hoy, ¿cuál es el objetivo del libro?
En un primer momento fue poner humor al psicodrama que montamos con el concepto de maternidad y paternidad, pero el objetivo fundamental es que, a partir de este retrato, sepamos rectificar algunas maneras de comportarnos, de educar, porque esto tiene consecuencias a futuro para los jóvenes. No enseñamos a gestionar la frustración, la responsabilidad, el compromiso, etc.
Y, según vemos, en no pocas ocasiones esto sucede por carencias propias.
Usamos a los hijos para tapar agujeros emocionales en cuanto a la frustración de expectativas de nuestra vida. Queremos que ellos sean los mejores en todo. En el fondo, se nos ha educado previamente a nosotros, antes de ejercer como padres, en una cultura del éxito que es dramática. El éxito es estar en paz con uno mismo, tener una vida interior plena, saber agradecer. Y, sin embargo, vinculamos el éxito al sueldo, al reconocimiento público y a otra serie de cuestiones, como la exposición en redes con vidas instagrameables que no solo no son clave, sino que generan problemas de salud mental.
Me encanta lo de celebrar lo ordinario.
Sí. Igual que nos pasa como sociedad, buscamos permanentemente la actividad extraordinaria en lugar de celebrar lo ordinario. La vida de los niños es un parque de atracciones permanente, por lo que no saben ser felices con las rutinas y disciplinas. Y esto lleva a una insatisfacción constante.
Sumado a que hemos sacado la espiritualidad de la vida familiar.
Y no lo hemos sustituido por ninguna otra cosa. Lo dejamos en manos de la catequesis o del centro educativo, pero en casa estamos dimitiendo de esa formación.
¿Dónde está la clave para mejorar?
La clave es encontrar el término medio. En el día a día hay un montón de cuestiones en las que, si nos retiramos un poco para que estén acompañados en la medida justa pero les demos la oportunidad de explorar, investigar y equivocarse van a crecer con más solidez y a saber, el día de mañana, cómo cuestionar cosas. Hay chicos que llegan a la consulta del psiquiatra pidiendo pastillas porque les ha dejado la novia. Tenemos que enseñar a gestionar este tipo de vaivenes de la vida y eso se empieza a construir desde que nacen.