Miguel Ángel Rodríguez García: «Siempre hay almas buenas que ayudan» - Alfa y Omega

Miguel Ángel Rodríguez García: «Siempre hay almas buenas que ayudan»

Cristina Sánchez Aguilar
Foto cedida por Miguel Ángel Rodríguez.

Muchos envidian su trabajo. Ahora responsable de Comunicación Interna de Cruz Roja, durante años ha sido el delegado de información de esta y otras ONG. Periodista en operaciones humanitarias. Terremotos, guerras, tsunamis, hambrunas… escribir estas pequeñas Cartas desde el infierno (ed. Libros.com) ha sido su refugio.

¿Por qué después de décadas viajando al horror decidió recopilar todas sus vivencias en un libro?
Realmente siempre tuve la idea de poder contar historias de resiliencia y quería compartirlas. Tenía claro que, antes o después de hacer crónicas en medios, quería hacer una compilación. Porque mi experiencia es que, por muy difíciles que sean las situaciones, siempre hay almas buenas que ayudan a los demás. Eso lo he encontrado en medio de una guerra, de un tsunami, de un terremoto. En la mayor parte de los casos, son personas locales. Se visibiliza más al cooperante extranjero que acude a un sitio a ayudar, pero los que salvan vidas de forma notable son el voluntariado local o los afectados. En los desastres hay muchísimo dolor, pero también historias increíblemente positivas.

Ha publicado el libro a través de una editorial que funciona por crowdfunding. ¿Encontró fácilmente el apoyo?
Un compañero me habló de esta editorial y yo aún no tenía en la cabeza una fecha exacta, pero tenía escritas las crónicas. A los editores les gustó el proyecto y ellos se encargaron de todo el proceso.

No es un libro de entretenimiento. De hecho, como su título indica, es un viaje al infierno. ¿La gente está dispuesta a saber?
Todas las críticas que he recibido son buenas, tanto dentro de mi entorno, que son periodistas que trabajan en situaciones de emergencia, como de gente ajena al mundo humanitario. Ven lo que yo quería transmitir, que pese al dolor hay aspectos muy positivos. Eso sí, cuando empecé a editar los textos ví que en muchos había demasiado dolor y quise recortar cosas para priorizar la esperanza.

Portada de 'Cartas desde el infierno'
El libro es una compilación de pequeños relatos escritos desde diferentes emergencias humanitarias.

«Te rompes cuando haces aviones de papel con niños refugiados y les pones bolitas de plastilina como bombas, porque no conocen otro tipo de aviones», dice en el epílogo. ¿Se ha roto tantas veces como historias cuenta?
Hay situaciones en las que te rompes para bien y para mal. Recuerdo especialmente a una señora mayor en el tsunami de Asia, muy mayor. Había perdido a 108 familiares y, pese a ese contexto impensable, ella donó el terruño que le quedaba para levantar un orfanato. Ver esto te quita mucha tontería.

Es especialmente duro su relato en el hospital de Bagdad, durante la guerra de Irak de 2003. Las historias de médicos que pagaban ellos mismos las medicinas para salvar vidas, aunque no cobraban hacía meses. Entre otras.
Hay dos tipos de dolores. Y es más impactante e incomprensible el dolor que provocan las personas en los conflictos armados que el que mana de un desastre natural. Siempre hay sufrimiento y todo tipo de impactos físicos y psicológicos, pero cuando ves que eso es generado por el hombre, rompe mucho más. En Irak en Darfur, te duele mucho más. Luego está que todo el impacto de una emergencia es directamente proporcional a la vulnerabilidad. Un terremoto en Japón no es lo mismo que en Marruecos.

¿Escribir ha sido terapéutico para usted?
El dolor se va acumulando. Yo lo he notado; he tenido que parar, resucitar… y he buscado orientación, apoyo y ver cómo evacuar dicho dolor. Escribir me permite echar fantasmas fuera, porque tengo sueños recurrentes e imágenes grabadas, pero escribirlo me ayuda a canalizarlo.

En sus páginas aparece un texto dedicado al obispo de Battambang, en Camboya, el jesuita Enrique Figaredo.
El libro está más centrado en operaciones internacionales, pero quería hablar de personas como el párroco Antonio Romo, un sacerdote de Salamanca al que llamaban el jabato, que fue un hombre entregado, comprometido, con un brillo especial, que entregó su vida al cuidado de los toxicómanos. De esa gente es de quien quería hablar.  Y uno de ellos es el obispo de Battambang, que conocí en Camboya.

¿Ha visto que la fe ayuda a ese brillo?
Sea del credo que sea, da una fortaleza que te permite levantarte y seguir adelante. En mi caso, tengo fe en las personas.