El 27 de marzo de 1999 murió en Madrid Ernestina de Champourcin, una de las representantes femeninas de la Generación del 27. Tenía una exquisita sensibilidad, con la que podía disfrutar por igual de los románticos y simbolistas franceses del siglo XIX y de los clásicos castellanos del Siglo de Oro. Todo ese legado, sumado al de Juan Ramón Jiménez, fue moldeando una poesía con profundas raíces espirituales. Sin embargo, su poesía intimista, sugerente e intuitiva deja entrever, especialmente al comienzo de su exilio en México, una búsqueda de Dios. En 1952 publicó su poemario Presencia a oscuras, un libro surgido por el impacto de la lectura de La montaña de los siete círculos, la autobiografía del monje trapense Thomas Merton. Fue en 1949, tras un viaje a Washington, y en 1977, en sus apuntes personales, escribe la cita bíblica «Ego vocavi te nomine tuo», con la que intenta recordar que un 24 de marzo sintió la llamada de Dios. La lectura del libro de Merton la estimuló a reanudar su actividad poética, interrumpida por su labor de traductora, y poco después, tras incorporarse al Opus Dei, se convenció de que con la poesía se podía hacer oración. En sus Hai-kais espirituales (1968) escribió: «Sé que me estás mirando con Tu mar y con Tu cielo / mientras trabajo, sola / entre cuatro paredes».
La montaña de los siete círculos es una obra en la que su protagonista se abre paso a través de la cultura para hallar a Dios. No desprecia su formación, aunque se da cuenta de que «no hay nada malo en ser un escritor o un poeta, pero el mal consiste en querer serlo para satisfacción de las propias ambiciones y solo para elevarse al nivel requerido por la propia egolatría interna». Merton es un alma gemela para la escritora española y así lo manifiesta en un poema que le dedica en 1968: «¿Salvaste ya el abismo tremendo de la duda? / ¿Te quedaste bogando entre ese Todo y Nada / que nos hirió a los dos irremediablemente? / La fuente “mana y corre”: si aprendiste a beberla no guardes para ti / el divino secreto. / Y por eso esta noche te escribo a ti, hermano. / Hermano en la poesía y en el amor al Todo».
Ernestina de Champourcín encontró en aquel libro un alma con sed de Dios, y ella misma se sintió como la samaritana en espera de Alguien en el brocal del pozo. Su poesía refleja un ansia de amor en medio del combate, la convicción de que existe una Presencia aún en los días oscuros.